sábado, 11 de enero de 2020

El arte de la política y el cine





Eduardo Fort (Buenos Aires, 1980) llegó a España en 2004 por primera vez. Elige vivir aquí y, aunque conserva su acento porteño (algo que me preocupaba que perdiera) se toma su españolidad muy en serio. Le acabo de hablar de los “moscosos” y cuando he tratado de ir a explicarle me ha cortado diciendo que ya sabe que se llaman así por Javier Moscoso, ministro de González.

Fort ha estudiado Ciencias Políticas en la Complutense y actualmente es doctorando en Estudios Norteamericanos por el Instituto Franklin de la Universidad de Alcalá.
Pueden verle como colaborador en Tiempos Modernos de Intereconomía, ocasionalmente en la radio, en Hora 25 de la Cadena SER y leerle en MilenioWeb.
La tesis doctoral de Eduardo se centra en el discurso político en el cine de Clint Eastwood y a ello dedicaremos la segunda parte de la entrevista.

Como casi siempre que la cosa se pone seria, tuve que pedir ayuda, pero esta vez la tenía en casa. Mi padre, pediatra de profesión, es un apasionado del cine desde sus tiempos de director juvenil del cineclub de Salamanca y subdirector del cineclub de la Universidad de Salamanca. Aquí les enlazo un par de posts de su blog -el primero de ellos escrito para orientarme con las preguntas-  por si ustedes quieren ubicarse previamente a la lectura del magisterio de Fort.



Para leer al pibe y a su metro noventa, vamos con un vaso de Amargo Obrero o de Pineral. En la primera pregunta verán cómo mi sugerencia de que se preparen un mate ha resultado fallida.
Eso sí, me escuchan un tango: Orquesta de Aníbal Troilo interpretando Quejas de Bandoneón.








Empecemos por el disgusto que te has llevado cuando sugerí “una tacita de mate” para leer la entrevista. Aún me río cuando escucho los audios en los que te enervas y yo no me bajo del burro. Explícanos por qué es una herejía y deja claro que, hablando en puridad, tengo razón.

Vamos por partes. La palabra “mate” es polisémica y viene del guaraní (ese hermoso e inasible idioma que se habla -fundamentalmente- en el Paraguay). A diferencia del té o del café, “mate” es tanto la infusión preparada a partir de la yerba mate como el envase que la contiene. Por lo tanto, podríamos explotar de paradojas diciendo “traéme el mate, que quiero prepararme un mate”. Ese presunto triunfo dialéctico que marcás al final de tu pregunta radica en que existe otra versión del mate, el “mate cocido”, que se bebe en una taza y se presenta en saquitos (las “bolsitas” de ustedes).


Yo siempre dije que mi luna de miel sería a Argentina. Vos sos porteño, ¿podrías, como ya hizo magistralmente Enrique García-Máiquez con El Puerto de Santa María, darnos algunas direcciones fuera del circuito turístico que merezcan la pena?

Aunque hay lugares (de los denominados “turísticos”) que tienen un indudable atractivo, Buenos Aires es una ciudad ecléctica y multicultural. Ese fenómeno de “urbe crisol” hace que en sus calles te encuentres con los más diversos tipos de arquitectura, sabores, paisajes y personajes. Como nos sucede a los porteños en España, los españoles se sienten en Buenos Aires exploradores de una terra incognita pero extrañamente familiar.

Mis gustos turísticos son un poco extravagantes. Decididamente me inclinaría por visitar los dos grandes cementerios porteños (el Cementerio de La Recoleta y el Cementerio de la Chacarita). En el primero se encuentra sepultada gran parte de la oligarquía que construyó el país (y también Eva Perón, en un acto de revancha póstuma); el segundo es lugar de descanso de deportistas y leyendas de la cultura como Carlos Gardel, el más grande cantante de tangos de la Historia (así como actores, deportistas, cantantes, etcétera). Por otra parte (y también como consecuencia de su riquísimo acervo cultural), Buenos Aires cuenta con templos y lugares de oración relacionados con casi todos los credos y confesiones existentes en el planeta. Nota aparte para la cuestión gastronómica: nombrame un estilo de cocina y te daré dos o tres restaurantes porteños que están al nivel de cualquier capital europea.

Tiendo a alejarme de los lugares más populares y (tanto en Buenos Aires como en cualquier ciudad) me inclino por perderme en calles desconocidas. Dígase lo que se diga, la Reina del Plata sigue siendo relativamente segura para el forastero.


Danos algunas indicaciones para preparar un asado y, más allá de lo gastronómico, del ritual. Creo que no todo lo relacionado con este asunto te gusta…

A riesgo de que mis compatriotas le pongan precio a mi cabeza, diré que (desde lo gastronómico) el asado no me fascina particularmente. Sí valoro y aprecio el ritual socio-familiar que el asado conlleva. Paso a explicarme.

Normalmente, un asado (entendido como la cocción a las brasas de diversas y, en algunos casos, inquietantes partes de la vaca) entre familiares y amigos comienza varias horas antes de la ingesta cárnica. Esto, qué duda cabe, implica que el asado sea una comida típicamente de domingo al mediodía, a menos que llueva; en ese caso, nos inclinaremos por alguna de las infinitas clases de pasta que de Italia trajimos y que, todo sea dicho, mejoramos. Creo que los factores fundamentales son el clima de armonía (o divertida discordia que nos vincula a los italianos), el reencuentro con los afectos y la preparación colectiva de la comida, cuya principal responsabilidad recae en el asador, personaje que se configura como el auténtico sacerdote del ritual.

No debería faltar una picada (simpática y vivificante ceremonia asimilable al tapeo) con bebidas alcohólicas del tipo vermú (atención a la perturbadora existencia del fernet, licor de hierbas italiano que ya es patrimonio argentino). La procelosa y progresiva llegada de ensaladas, achuras (casquería) y demás ingredientes edifica un clima de satisfacción colectiva que puede alcanzar cotas de interesante hedonismo.

¿Cuántas veces te han preguntado en España si Boca o River y cuál es la respuesta?

Comienzo por aclarar que, en Argentina, el fútbol es algo más que un deporte o un fenómeno colectivo. Es, directamente, parte de nuestra identidad. Y lo digo sin intención alguna de hacer demagogia. Buenos Aires es la ciudad del mundo que con más clubes de fútbol cuenta en su territorio.

El fútbol es para nosotros un lenguaje universal y una señal de reconocimiento. De fútbol pueden hablar (como si de un caso exitoso de esperanto se tratara) el obrero y el patrón, el sacerdote y el ateo, el policía y el ladrón. No es extraño que, al conocer a alguna persona en Buenos Aires, lo primero que esta nos pregunte luego de nuestro nombre es a qué equipo de fútbol pertenecemos. De hecho, suele darse una situación grotesca: se le pregunta a un argentino cualquier a qué equipo de fútbol pertenece y su respuesta es “soy de X, pero para responderte algo”. No existe deporte alguno en mi país que “obligue” a tener un club de pertenencia para cuestiones, por así decir, administrativas.

En mi caso -y por tradición familiar- soy hincha (palabra de origen uruguayo que remite al forofo) del Club Atlético Platense, institución deportiva tradicional de la zona norte porteña y que hoy se ubica a escasos metros de sus límites. Club más que centenario y con una historia rica en sinsabores pero pobre en títulos, “ser de Platense” es uno de los rasgos que con más honor llevo en mi trayectoria vital.


Ahora que vives en España también te has significado futbolísticamente, ¿seguías la liga española? ¿Qué comparación harías?

En España (como no podía ser de otra manera para un damnificado del fútbol como yo) y gracias a un muy querido amigo, entregué mi corazón al Atlético de Madrid. Desde Argentina se sigue y yo seguía con interés la Liga, puesto que desde tiempos inmemoriales hay futbolistas argentinos jugando acá.

Una comparación acabada entre ambas competencias excedería el espacio de esta entrevista. Solo diré que la La Liga está a años luz de la Superliga Argentina por cuestiones organizativas, económicas y logísticas. El fútbol argentino -con sus luces y sus sombras- es mucho más artesanal, por usar una palabra amable.


Voy a preguntarte tópicos: ¿Tomás mate? ¿Bailás tango (obviaré la disputa de su origen con Uruguay)? ¿Mejor marca de dulce de leche? ¿Sos peronista? ¿Sabés de todo?

Me encanta el mate, aunque no llego al punto grotesco de portarlo por la calle (eso es un rasgo más bien uruguayo). Lamento defraudarte, pero no bailo tango (aunque me encantaría hacerlo) y no me gusta demasiado el dulce de leche, al que solo acepto como un buen actor de reparto en la gastronomía. No soy peronista en la actualidad, pero lo fui a principios del siglo XXI. El peronismo tiene su punto irresistible, en según qué momentos de la vida (este detalle lo hermana con el comunismo, curiosamente). Digamos que sé algunas cosas de algunos temas. Los argentinos, en general, somos como aviones fumigadores de la cultura general: sobrevuelan y rozan, pero no profundizan.


¿España es lo que hay en el imaginario gaucho? ¿Qué tópicos sobre nosotros desmontarías después de llevar unos años aquí? Cuidado que eres descendiente de españoles, no tires piedras sobre tu tejado.

Más precisamente, llevo sangre andaluza y valenciana en mis venas. Para empezar, conviene aclarar que el mote de “gallego” que los argentinos colocamos a los españoles no es casualidad. La inmensa mayoría de los inmigrantes españoles que llegaron a Sudamérica provenían de regiones con acceso al mar: Vascos, andaluces, asturianos y, por supuesto, gallegos. Cuando llegué a España, allá por 2004, me sorprendió encontrarme con un país de costumbres bastante similares a las argentinas (aunque debo decir que el paroxismo de la similitud se alcanza en Italia).

La imagen que se tiene del “gallego” quedó anclada en el tiempo. Me refiero a esa especie de Paco Martínez Soria, trabajador incansable y padre de familia que lucha por lo que tiene y no comprende las vicisitudes de la modernidad. Ese es el personaje que protagoniza los clásicos -y, a esta altura, anacrónicos- “chistes de gallegos”.


Veo Tiempos Modernos con cierta asiduidad y mi pregunta es: ¿De verdad Fernando Paz y tú sabéis la vida de tantos dictadores africanos?

Si tenemos en cuenta que el principal hobby de millones de estadounidenses es la observación de pájaros, todo es posible. Tanto Fernando como yo (erudito él, un mero aprendiz yo) compartimos la pasión por la Historia. En mi caso, al margen de mis áreas de investigación, siempre me fascinaron las historias de autócratas delirantes. En su día, le propuse a Fernando hablar de ellos en ese gran programa que es Tiempos Modernos y aceptó encantado. Siempre le agradeceré la oportunidad que me dio para exhibir mis torpes destrezas en público.


¿Cuánto hay de Laclau en Podemos?

Diría que tanto Laclau como su esposa Chantal Mouffe son autores más citados y menos comprendidos que leídos; un fenómeno clásico entre los cultores de las Ciencias Políticas. Sin profundizar demasiado, creo que Podemos -como toda formación política de izquierdas- abreva en infinidad de autores, de los que toma algunas ideas básicas. Laclau fue disruptivo y original en sus reflexiones sobre el populismo de finales de los ’70, pero creo que su obra global está sobrevalorada y no reviste mayor interés.

Como Podemos.
Esa incendiaria declaración corre por tu cuenta.


Hablando de peronismo, hace poco te leíamos en un artículo de Política Exterior citando a Osvaldo Soriano: El peronismo es el único fenómeno que permite que asesino y asesinado griten a la vez y en el momento del disparo: “¡Viva Perón!”, ¿Argentina superará alguna vez este secuestro emocional?

Más que secuestro emocional, yo hablaría de una herencia irrenunciable que marcó, marca y marcará a generaciones de argentinos. El peronismo es, sin duda, un rasgo (“el hecho maldito del país burgués”, lo llamó John William Cooke) ineludible de la argentinidad. Aunque pudiera pensarse que el paso del tiempo borra los recuerdos, este no es el caso. Como alguna vez dijo el propio Juan Domingo Perón, “no es que nosotros fuéramos buenos, es que los que vinieron después fueron peores”. El paso del tiempo agiganta los logros positivos del peronismo y reduce a la anécdota risible sus facetas más oscuras (la persecución a la oposición, la amable recepción a los criminales de guerra nazis, la violencia política desatada a finales de los ’70 y un largo etcétera). Tomado en abstracto, el peronismo se convierte en una Arcadia feliz a la que todo argentino (especialmente, quien no vivió esa época) desea volver. Si a esto le sumamos la eterna pasión argentina por la autocontemplación orgullosa, estamos ante -como dice el tango- “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.


El gran tuitero @lagarti80670845 te deja esta preguntita: Cualquier bohemio sueña con escuchar el tango de la Guardia Vieja, putear en lunfardo y desgarrarse la garganta en Núñez o la Bombonera, ¿qué proceso idiomático exacerbado les inoculan desde bebés?

José Antonio Zarzalejos me dijo en una ocasión que los hispanoamericanos hablamos el auténtico español. Aunque agradezco el cumplido, creo que el factor principal para responder a lo que me preguntás es la multiculturalidad que construyó la Argentina en general y Buenos Aires en particular. Esta influencia provocó que nuestra manera de expresarnos (algunos académicos entusiastas sostienen que el “argentino” debería ser considerado un idioma en sí mismo) sea rica en variaciones y giros, diría, poéticos.


La mejor manera de conocer Buenos Aires es la literatura de Arlt o de Sabato y sin embargo cualquier europeo siempre referirá a Borges como escritor rioplatense de referencia…

Jorge Luis Borges es mi escritor favorito. Dicho eso, y aunque Borges fue un enamorado de Buenos Aires (ciudad a la que le dedicó infinitas líneas y versos), considero que es un escritor más universal que argentino, rasgo que comparte -desde otro punto de vista- con Julio Cortázar. Roberto Arlt desde lo concreto y Leopoldo Marechal o Alejandro Dolina (desde lo fantástico) son escritores menos conocidos por el gran público europeo, pero más prosaicamente porteños que Borges.


Me llama la atención que en un país tan aquejado económicamente por la mala gestión política, cuenten con una ciudad como Buenos Aires, en la que el número de bibliotecas supera el de la ratio bares/personas en España.

Desconocía ese dato, pero no me extraña. La generación del ’80, liberales positivistas que construyeron la Argentina moderna, tuvieron un indiscutible proyecto cultural. Con todas las vicisitudes que el país atravesó en el siglo XX, esa tradición de cultura refinada y sofisticada nunca terminó de desaparecer y se alimentó de las más diversas influencias. Me refiero a que Argentina -específicamente, Buenos Aires- tiene teatros, librerías, centros culturales y, como decís, bibliotecas, en mayor número que muchas así llamadas “capitales mundiales”. La cultura porteña es un animal vivo y mutante. Todo el tiempo, en cualquier lugar, hay alguien creativo en Buenos Aires.


Hablando de CABA, ¿qué hay en el segundo piso de Corrientes 348?

Según el tango A media luz (porque a eso te referís), un bulín (“picadero” en buen castizo). Actualmente creo que existe un edificio de oficinas, o algo parecido. Tendríamos que preguntarle a Carlos Gardel o al propio Julio Iglesias, que también lo versionó y de bulines debe saber bastante.


Cine argentino; a mí me gustó mucho Nueve Reinas, pero aquí el triunfo indiscutible fue para El hijo de la novia. ¿Algo que debamos conocer?

La mayoría de las películas valoradas en España pertenecen al llamado Nuevo Cine Argentino, que se inicia con Pizza, Birra, Faso (Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano, 1998). Hablamos de un cambio radical en lo que históricamente eran películas livianas o con pretensiones de trascendencia histórica. Desde ese momento, directores como Juan José Campanella, Fabián Bielinsky y Damián Szifrón consolidaron y marcaron la tendencia a seguir, de la mano de actores fetiche como Ricardo Darín.

Sin embargo, conviene tener en cuenta que el cine argentino tuvo una época dorada en las décadas del ’40 y el ’50 del siglo XX, donde compitió por méritos propios con Hollywood. De esa etapa puedo recomendarte joyas como La guerra gaucha (Lucas Demare, 1942) Dios se lo pague (Luis César Amadori, 1947), Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril, 1952) o La muerte camina en la lluvia (Carlos Hugo Christensen, 1948), entre muchas otras.


Háblanos de la situación política actual en Argentina, tras la reciente derrota del macrismo y la vuelta del kirchnerismo. Viendo lo que acaba de pasar aquí en España también, ¿el ser humano tiende a la subvención por naturaleza?

No diría que el ser humano tiende a la subvención o a la ayuda estatal. Aunque no me guste, resulta lógico y evidente que -en ambos casos y con sus abismales diferencias- en situaciones de crisis política, económica o cultural, las personas reclaman la participación y la influencia de un Estado eficaz y presente, que conjure los problemas que el Mercado no puede o no debe resolver. El escenario argentino es harto más complejo. El eterno recuerdo del peronismo -ese supuesto generador de una Argentina feliz, libre y soberana- pesó, pesa y pesará como una losa para toda la clase política. En el caso de España confluyen dos factores: a la crisis económica se suma la necesidad de un gobierno estable, sea el que sea, que finalmente pueda tomar las riendas del país durante -al menos- cuatro años.


Recuerdo artículos muy divertidos de David Gistau -al que deseamos una pronta recuperación- sobre la sociedad de Punta del Este. Recordemos que es donde veranea la alta sociedad argentina... ¿Nos haces una fotografía de lo que podemos encontrar allí?

Punta del Este tomó el legado de Mar del Plata, la ciudad balnearia por excelencia de la alta sociedad argentina. El peronismo -siempre el peronismo- posibilitó el acceso de las clases medias y bajas a la ciudad, con lo cual la oligarquía se retiró hacia otros destinos estivales (verbigracia, Pinamar o la mencionada Punta del Este).

En el caso de Punta (como le dice la “gente bien”), nos encontramos con una ciudad moderna (aunque bucólica y pueblerina, como todo el Uruguay) donde es más importante hacerse ver que descansar y disfrutar de las playas. Esto conlleva, como no podía ser de otra manera, el drama patético de aquellos que, sin pertenecer a los estratos más altos de la sociedad, viajan a Punta del Este con el único, exclusivo afán de “pertenecer” (sin los privilegios a los que aludía American Express). A todo esto, debemos sumar que el acceso fácil a los dólares que provocaron las políticas de Carlos Menem en la década del ’90 hizo que Punta del Este deviniera, en gran parte, paraíso para “nuevos ricos”.


Para vosotros Bergoglio es un viejo conocido por haber sido Arzobispo de Buenos Aires, la figura más importante de la Iglesia Católica Argentina. Recientemente, en la película Los dos Papas (que es una fantasía, pura elucubración, por otra parte), cuyo objetivo parece el ensalzamiento de “Pancho” -como le llamáis- se deja caer que se arrepiente de su papel durante la dictadura de Videla, ¿luces y sombras?

Jorge Mario Bergoglio es un personaje complejo y fascinante para cualquier interesado en la Historia Argentina (y, ahora, Universal). Conviene tener en cuenta que el Arzobispo de Buenos Aires es la figura más poderosa de un país tradicionalmente católico. En relación a este último asunto, te recuerdo que el artículo 2 de la Constitución de la Nación Argentina afirma que “el Gobierno Federal sostiene el culto católico apostólico romano”. Pasaron más de ciento sesenta años de la redacción de ese texto y nadie se pone de acuerdo en qué implica “sostiene”, pero ese es otro tema.

Volviendo a Bergoglio como jerarca de la Iglesia Católica, siguió los pasos de influyentes y florentinos cardenales argentinos como Santiago Copello, Antonio Caggiano, Juan Carlos Aramburu y el propio mentor del actual Papa, Antonio Quarracino. Todos ellos vinculados a épocas turbulentas de la Historia Argentina.

Aunque un análisis acabado que escape de las acusaciones infundadas o el edulcoramiento excesivo excedería (con mucho) estas líneas, alcanza con decir que Bergoglio atravesó durante su vida (humana y eclesiástica) dictaduras militares, gobiernos democráticos demás escenarios políticos. Tuvo un papel relevante en todas esas etapas. Desde sectores de la izquierda se lo acusó de cómplice en la entrega de disidentes políticos durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (la dictadura que ensangrentó el país entre 1976 y 1983, durante la cual murieron asesinados dos obispos), pero -como si de un cuento de Jorge Luis Borges se tratara- personajes importantes del progresismo argentino lo defienden como un resistente a la persecución política de esos años. Su sinuosa relación con el peronismo (muchos analistas lo vinculan a Guardia de Hierro, formación tradicional de la derecha peronista) es otro clásico a la hora de analizar su biografía. Lo que es indudable y polémico es su rol actual como operador político en el escenario argentino, esta vez desde el extranjero (como sucedía, curiosamente, con el propio Juan Domingo Perón durante su exilio madrileño).


Eres experto en la obra de Clint Eastwood; en la primera pregunta al respecto se me ocurre hacer una comparativa con los inicios de John Ford.

Gracias por lo de “experto”. Si tenemos en cuenta que Clint Eastwood consolidó su carrera (como actor primero, como director después) en el Wéstern, y que John Ford fue el padre del género, la relación entre ambos es evidente. Sin embargo, el cine de Ford exhibe un estilo más épico, depurado y -si se me permite- políticamente correcto. No es casualidad que el hijo dilecto de John Ford sea, para toda la eternidad, John Wayne (el arquetipo de cowboy por excelencia).

Eastwood, a quien podríamos ver como un hijo rebelde de Ford, abrevó en las fuentes de Sergio Leone, el director italiano que revolucionó el género e instauró una nueva manera de sentir el Wéstern: un modo sucio, ajeno a sensiblerías y, si se quiere, imparcial. En las películas de Leone (primero) y de Eastwood (después), los buenos no son necesariamente adorables y los malos no son inevitablemente repulsivos. Lo que vincula a John Ford y Clint Eastwood, eso sí, es su amor por los Estados Unidos, los valores estadounidenses y la cultura del país. 


También encuentro semejanzas con el tratamiento que les dio la prensa extranjera izquierdista en sus inicios. La europea era más combativa por no estar controlada (económicamente) por los estudios, pienso. A ambos se les acusó de militaristas; a Ford por la trilogía de la caballería (Fort Apache, La legión invencible y Río Grande), a Eastwood por El sargento de hierro, de fascismo por Harry el sucio, de antisistema por Poder absoluto…

Es interesante lo que apuntás. Ambos fueron atacados por sus presuntas veleidades derechistas, conservadoras y -en el caso del maestro Eastwood- fascistas. Este último término es, probablemente, la palabreja más y peor usada en las últimas décadas, pero esa discusión daría para dos entrevistas más.

Tengo para mí que el sambenito de “derechista” esconde, más que nada, una simplificación absurda que evita (para las mentes torpes) un análisis más detallado de filmografías complejas, ricas en simbologías y significados, que escapan -y pretenden escapar- a cualquier estéril encasillamiento. 


Sin embargo, Eastwood tiene películas de corte claramente antimilitarista, como Banderas de nuestros padres o Cartas desde Iwo Jima. Esta última, por cierto, es de las pocas películas, junto a Tora! Tora! Tora! que presenta su visión sobre la campaña del Pacífico (IIGM) desde ambos lados del conflicto, en contraposición a otras como Arenas Sangrientas con John Wayne, por ejemplo.

Eastwood es un narrador de historias. Si nos fijamos en sus personajes, es habitual que no tome partido por postura alguna ni abogue por nada. De hecho, una de sus películas más polémicas relacionadas con el asunto militar (El francotirador), es la menos apologética que pueda encontrarse sobre el Ejército de los Estados Unidos. En esto se ubica en las antípodas de John Wayne, que siempre actuó o dirigió largometrajes más bien propagandísticos y de ensalzamiento del orgullo nacional.


Por un puñado de dólares. Yo diría que hay tres claves: Morricone, Eastwood con sombrero muy usado, sarape y cigarro (se dice que no era fumador en aquella época) y un personaje sin nombre y poco hablador, ¿aquí empezó a forjarse la leyenda?

Dicen que las grandes películas, esas que hacen época y marcan el nacimiento de un género, son producto de la casualidad. Coincido con vos en que Sergio Leone fue el demiurgo que dio a luz esa maravilla (mal) llamada Spaghetti Western. Hasta ese momento, Eastwood era un actor poco conocido y de trayectoria eminentemente televisiva. Su representante -providencialmente- vio en el cine de género europeo una posibilidad de dinero fácil e improbable desarrollo profesional; una historia que magistralmente refleja Quentin Tarantino en la maravillosa Érase una vez en Hollywood. Palabras aparte merece la música del maestro Ennio Morricone, sin la cual no se entiende el cine en general y el Wéstern de Leone en particular.


¿Has visto Mula? Creo que sin ser una obra de arte refleja muy bien sus valores…

A esta altura del partido -y dada la mayoritaria mediocridad de los cineastas actuales- cualquier cosa que Scorsese, Eastwood o Allen filmen con una mano atada a la espalda es mejor que el estreno de la semana.

Por otra parte, creo que Mula confirma una tendencia iniciada con Gran Torino: el director que comienza a despedirse de su público aunque, como Manoel de Oliveira, probablemente dirija hasta su muerte.


Clint Eastwood fue alcalde independiente de Carmel. Su presidente natural -diríamos que- es Reagan y, sin embargo, le despreciaba desde su época de actor. Hizo campaña por Nixon y apoyó a Eisenhower. Tu tesis doctoral se centra en el mensaje político en su cine, ¿dónde le situamos exactamente?

Podemos situarlo (aunque él nos golpearía por querer encasillarlo) en el liberalismo eastwoodiano. Él se define como un republicano puro, alejado del devenir conservador y dispendioso que el GOP exhibió en sus últimas décadas. Creo que la ideología de Eastwood se sostiene sobre dos pilares: la independencia y autonomía del individuo y el amor por los Estados Unidos de América, país que -con sus logros y sus errores- siempre considerará su lugar en el mundo. Por dar un ejemplo, aunque no votó a Barack Obama, de inmediato cerró filas junto a él; “es mi presidente”, se ocupó de subrayar.


Háblanos de la polémica surgida en EE.UU. con Richard Jewell. Recuerda mucho a lo que hablábamos antes: la insoportable corrección política y el lobby feminista atacando al director de Million Dollar Baby y El intercambio. Parece que son acusaciones que se desmontan con un poco de cultura…

Nunca me gustó el argumento que sostiene “tengo un amigo judío; por lo tanto, no soy nazi”. Sin embargo, es interesante utilizarlo en el caso de Eastwood. Si se tratara del fascista, misógino, xenófobo y conservador que algunos dibujan, sería impensable que figuras clásicas del star system progresista como Sean Penn, Leonardo Di Caprio, Tim Robbins, Angelina Jolie, Meryl Streep, Kevin Bacon (y siguen los nombres) hayan trabajado gozosamente con él.

Eastwood cuenta sus historias. Como a los ya citados Scorsese y Allen, pero también Polanski y -en el caso de España- García Berlanga o Garci (profundo admirador de Eastwood, vale aclarar), le da igual el qué dirán.


Voy a decirte unos cuantos títulos y comentas con una frase corta lo que te parezca más destacable.

-Gran Torino: es el comienzo del final de la carrera de Eastwood. Un hermosa semblanza de la confusión existencial que provoca un mundo que desaparece.

-Mystic River: también es una sinfonía dolorosa. En este caso, sobre la infancia y la madurez, con una descripción cruda del devenir vital y sus consecuencias sobre las personas.

-Firefox: es una de las películas menos valoradas del legado eastwoodiano. Yo la rescato como un formidable relato digno de la Guerra Fría (estrenado además, en la época de los venerables bodrios de Cannon Films, gracias a la dupla Golan-Globus), pleno de efectos especiales obra del gran John Dykstra, el de la Guerra de las Galaxias original.

-Invictus: es una de las escasas incursiones de Eastwood en el cine político concreto. A eso le suma, además, su semblanza del rugby, un deporte desdeñado en los Estados Unidos y que juega un papel importante en la película. Sin embargo, me comprenden las generales de la ley, porque me encanta.

-Los puentes de Madison. Creo que las señoras querrán más de una línea sobre ésta.
Sorprendió a todos. Es una de las historias de amor más hermosas que dio el cine estadounidense y llegó de manos del director más improbable. Dibuja un amor puro, sin ambigüedades y sin adjetivos innecesarios. Sigue siendo una de las joyas de Eastwood. No pierde vigencia y conviene revisitarla periódicamente.

Si no tuviera ese final, ¿no sería Eastwood?
El maestro no es un tipo que ame los finales tradicionalmente felices. A las pruebas me remito.

Es un final feliz, de hecho. Triunfan el deber, el compromiso y el respeto. Bien por Eastwood.
Pasan los años y el maestro siempre mantiene una línea de conducta: el respeto por las tradiciones y los valores en los que se crió.






Muchas gracias, Eduardo. A pesar de ser viejo amigo, disfruto descubriendo cosas nuevas cada vez que hablamos. Estoy segura de que esta charla habrá resultado tan interesante a los lectores como a mí.



Además de en los medios de comunicación que he citado en la introducción a la entrevista, pueden seguirle en Twitter: @EddieFort