domingo, 9 de febrero de 2020

El arte de entrevistar


"Lo pregunto todo, también lo escabroso"




En una de las respuestas de su entrevista, Mario Crespo habla de Gonzalo. Dice algo así como que es "el mejor entrevistador de España". Les prometo que cuando lo vi pensé: Señor, que no nos lea.
Una es consciente de su condición de aficionadilla y prefiere no ser juzgada por su atrevimiento.
Pero Dios no nos da nunca lo que le pedimos sino lo que necesitamos y claro, la entrevista cayó en sus manos.

Al cabo de un tiempo, Gonzalo Altozano (Madrid, 1976) y yo nos pusimos en contacto y el resto es historia y amistad.

Le pueden conocer por sus apariciones televisivas, sus libros, por el semanario ALBA, como director del programa radiofónico Los últimos de Filipinas, por sus entrevistas...como descubrirán si siguen leyendo, le queda poco por hacer en el periodismo.

En un doble tirabuzón "El arte de. Entrevistas" presenta El arte de entrevistar


Gonzalo no bebe, pero estoy segura de que les recomendaría un Whisky Sour para disfrutar de nuestra charla. Y quizá un ritmo caribeño.








Estudiaste Derecho, te dedicaste al periodismo casi desde el principio y acabaste bordando el género de la entrevista.

Estudié Derecho porque era la carrera de los ricos tontos y de los pobres listos (te dejo que adivines a cuál de los dos grupos pertenecía yo). De la carrera de Derecho también se dice -o se decía- que era un segundo bachillerato, el paradigma de la incertidumbre. Curiosamente, siempre supe que quería ser periodista. Siempre, desde pequeño. Así que por mi lado nada de incertidumbre. ¿Por qué Derecho entonces? Todavía me lo estoy preguntando (¡todavía lo estoy lamentando!). Probablemente lo estudié a efectos puramente de currículum. Lo gracioso es que no he hecho un currículum en mi vida y llevo trabajando desde antes de acabar la carrera. Si volviera atrás, no estudiaría Derecho. Tampoco Periodismo. No estudiaría ninguna carrera. Yo qué sé: me sacaría el carnet de lector de una biblioteca pública, haría un curso de guionista de televisión, otro de locutor de radio, otro de fotografía, otro de vídeo (es decir, me formaría por mi cuenta), montaría guardia a las puertas de las redacciones y las productoras para ofrecer mis colaboraciones, trabajaría de lo que fuera mientras saliera algo… Cualquier cosa, en fin, antes que Derecho. En cuanto a lo de que bordo el género de las entrevistas, gracias por tu generosidad. A ver, es verdad que llevo acumuladas muchas entrevistas (más de mil, seguro). Si no soy el mejor del género, sí soy el que más tiempo dedica; en total, un mínimo -insisto: mínimo- de veinte horas por cada pieza. Eso hace callo, imprime oficio.



Tener una vocación tan clara y marcada desde pequeño es como un “billete premiado”, ¿no?

Lo del “billete premiado” seguro que te lo ha contado Mario Crespo. Hace muchos años, antes de ser Mario nuestro hombre en La Paz, nuestro hombre en Caracas, antes incluso de opositar a diplomático, cuando era solo un estudiante de Derecho, me invitó a dar una conferencia a su colegio mayor (por cierto, el colegio tendría su director, pero era puro atrezzo; allí el que mandaba era Mario). Titulé la conferencia “El billete premiado” porque eso era para mí el carnet de periodista, un salvoconducto que te permitía viajar, entrar en sitios, conocer gente, vivir cosas, contarlas y, encima, cobrar por ello. Por tanto, no me refería a la vocación, sino a su ejercicio.


Al buen entrevistador, ¿se le “ve” en la entrevista o tiene que pasar desapercibido?

Para mí, el mejor entrevistador ha sido Jesús Quintero, con diferencia. Te hablo del Quintero de los 80 y un poquito de los 90, el de programas como El hombre de la roulotte o El loco de la colina, en Radio Nacional de España y Televisión Española. No te hablo del Quintero parodia de sí mismo de los últimos años, los de Canal Sur. A Quintero no es que no se le viera -normal, era la radio-, es que a veces dejaba de oírsele. Esos silencios... Bueno, eran su estilo. Cada entrevistador tiene que tener el suyo, siempre que no eclipse al entrevistado, al que tiene que dejar hablar, que es lo que no hace Anita Pastor, por ejemplo, siempre interrumpiendo. Qué afán de protagonismo el de esta chica. Qué hambre de plano, de micro, de sí misma.


Lo pregunto porque yo nunca había reparado en ello antes. Sin embargo, desde que empecé con esta serie, me di cuenta de que los lectores -con mucha generosidad- me felicitaban también a mí.

Eso es porque entrevistas muy bien. Tienes eso que digo: un estilo propio. No entras a la entrevista con un cuestionario y sales con ese cuestionario mismo. Repreguntas. Metes baza. Se te nota interés. Sabes de lo que hablas. Y le echas mucha jeta al asunto. Pero con gracia.


Más allá de que procurar que tu entrevista no sea un cuestionario GQ y con preguntas tipo “cuál es tu color favorito”, ¿de verdad no es mucho más importante para que resulte interesante elegir bien a los personajes?

La primera persona a la que entrevisté fue Pío Moa. Era 2004. Pío acababa de publicar un libro -apuesto la vida que sobre la Guerra Civil- y allá que me fui a entrevistarle, al Ateneo, donde el hombre pasaba sus trabajos y sus días. Recuerdo que mi director entonces me dijo que, aparte de preguntarle sobre el libro, le hiciera un cuestionario de esos chorras. Moa no es precisamente la alegría de la huerta. Ni el tío más simpático del mundo. Haber militado en el Grapo de joven no sale gratis. Todavía recuerdo la mirada que me puso cuando le pregunté por su color favorito. Me sentí como un militante del PCE (reconstituido) a punto de ser purgado por el camarada Arenas. No hace falta que te diga que no le hice la siguiente pregunta (“¿Y la canción que le pone contento por las mañanas? ¿Cuál es la canción que le pone contento por las mañanas?”). Nunca más me presenté a una entrevista con una gilipollez por pregunta. Gracias, Pío. En cuanto a lo del personaje interesante, está claro que ayuda. Pero, ojo, también tienes que poner de tu parte, tienes que echarle oficio, saber. Si no, vas a hacer una faena de aliño. No puedes tener delante, qué sé yo, a José Luis Garci o a Carlos Boyero, por decirte dos tíos con mil y un temas de conversación, y preguntarles por Pedro Sánchez. Lamentablemente, es lo que suelen preguntar los periodistas en las entrevistas. Y no solo a Boyero o a Garci. A todo el que se pone a tiro.


¿Tienes un método, pautas que cumplas siempre, o vas fiándote de tu intuición, de los años de oficio o de las características del entrevistado, el público al que va dirigido…?

Es interesante lo del público. Cuando trabajas en un medio, tienes muy presente al público, por la cuenta que te trae. No piensas tanto en lo que le va a gustar a los lectores en general (u oyentes), sino en lo que le puede cabrear a unos pocos: los ofendiditos La gente no imagina la influencia que pueden llegar a tener estos profesionales del lloro y del turre. Otra cosa es cuando te pones por tu cuenta, cuando tienes tu altavoz propio, algo que permite internet (¡bendito internet!). Claro que sigues teniendo en cuenta la opinión de los oyentes (o de los lectores). Te debes a ellos. Les quieres. Pero ya te traen absolutamente sin cuidado las quejas de los putos pesados: que si has dicho tal, que si has entrevistado a cual, que no se lo esperaban de ti, que qué decepción… Por un oído te entra y por el otro te sale. Total, ya nada pueden contigo. O contra ti. Anda y que les zurzan. Me preguntabas también por el método, las pautas. No se me ocurre ir a una entrevista sin haberme estudiado antes al entrevistado. La intuición está muy bien, pero que sea una intuición informada, con muchas horas de trabajo detrás. Igual que la espontaneidad. Lo que hace Bertín Osborne -o sea, ponerse delante de una cámara en horario de máxima audiencia y, venga, a improvisar- solo lo puedes hacer si eres Bertín Osborne. Y ni siquiera.


Justo lo pensaba el otro día, en el programa en que Bertín entrevista a Federico Jiménez Losantos. Qué tío. Estoy segura de que solo se mira el guión que le pasan y con desgana. Oye campanas, rara vez es capaz de profundizar en un tema por su propio desconocimiento del asunto y mira, tan campechana le queda la movida.

Del rey abajo, el campechanismo ha hecho mucho daño en España. Cuando no te preparas los temas, cuando pretendes resolverlo todo -las más de las veces sin éxito- a base de agudezas, cuando confundes la gracia con la impostación del acento de Jerez, pues pasa lo que pasa: que un animal televisivo como Federico Jiménez Losantos, con tanto que contar, se te escapa vivo, por mucho que él sea un pequeñajo todo el día enfurruñado y tú un tiarrón de dos metros, ojos azules y ricitos jerezanos. Menos facha y desparpajo, Bertín, y más prepararte las entrevistas.


Por ejemplo, sé que no publicas respuestas con más de 7 líneas. Bien, ¿qué hacemos cuando es la entrevistadora la que hace preguntas de más de 7 líneas? (En mi defensa debo decir que, hasta ahora, a las entrevistas masculinas han venido amigos y yo me lo tomo como una conversación más con ellos. De ahí que me enrolle)

Tú puedes hacer lo que quieres con tu blog, Esperanza. Es tuyo. No te debes ni a editores ni a grupos de presión. Te debes solo a tu público, tu querido público, como las folclóricas. Dicho esto, vamos con las siete líneas de tope. Aparte de una manía mía, que no pretendo elevar a la categoría de canon, es un recurso gráfico, visual si quieres. Una entrevista, no importa a quién, entra mejor por los ojos si las preguntas y respuestas son cortas. Al lector le da la sensación de toma y daca, antes incluso de leerla. Por supuesto, no todo el mundo es breve en sus respuestas. A Ricardo de la Cierva, por ejemplo, le hacías una pregunta y te tenía una hora respondiendo. Como pretendieras agotar un cuestionario, te tirabas en su casa dos días con sus noches. Y no era plan. ¿Qué hacías entonces? ¿Publicar una única respuesta de dos páginas? ¿Para qué, para que no la leyera nadie? No. Lo que hacías era trocear esa respuesta metiendo aquí y allá preguntas que vinieran al caso, sin robarle protagonismo al entrevistado ni desvirtuar el sentido de sus palabras, dándole a todo forma de conversación. Pues eso sigo haciendo, con el visto bueno de quien corresponda, claro. Porque otra de mis pautas -no siempre fue así- es pasarle al entrevistado el texto antes de publicarlo. No para que se luzca, sino para corregir inexactitudes. Es lo mínimo, ¿no?


¿Cómo preparas las entrevistas? Me interesa saber el tipo de documentación que haces, si lees por ejemplo alguna obra del entrevistado, entrevistas previas…y si piensas en el potencial lector. Es decir, ¿asumes que lo que te interesa saber a ti es lo mismo que querrá leer el público?

Lo que te digo: me documento a fondo, hasta conocer al personaje casi mejor que él mismo (“oye, pero tú sabes de mí más que yo”, me dijo Alfonso Ussía, y yo me lo tomé como un cumplido). Rara vez, eso sí, leo entrevistas previas para documentarme. Pablo Iglesias dice que le encanta que los periodistas españoles le entrevisten. No porque sean benevolentes con él, sino porque todos le preguntan lo mismo, con lo que ya tiene ensayadas las respuestas. Es lo que pasa cuando limitas la labor de documentación a leer entrevistas ya hechas. Hay que esforzarse más.

¿Y cómo lo hace él? Iglesias…alguien me comentaba el otro día que era su mejor faceta. Yo solo he visto el programa en que llevo a José Manuel de Prada y había mucho jabón ahí.

Iglesias es un buen entrevistador. Se prepara las entrevistas y sabe sonsacar a los entrevistados. La que le hace a Prada está muy bien. Igual que la que le hizo a Romay, a José Luis Cuerda, a Verstrynge o a Gregorio Morán, entre otros. Dicho esto, el personaje, Pablo Iglesias, me pone entre la nausea y el vómito. ¿Por rojo? No. Por cursi. Creo que ese, la cursilería, es el rasgo definitorio de la izquierda de hoy. Se ve, sobre todo, en redes sociales, cuando se les muere un pope, tipo Eduardo Galeano. Qué manera de ejercitarnos al resto en la vergüenza ajena. Un poquito de austeridad, de contención en los afectos, no les vendría mal. Incluso una temporadita en Siberia, purgando sus desviaciones. O por sonar menos estalinista: una mili en Ceuta.


 Seguro que los lectores van a querer saber nombres. Con más de mil entrevistas a tus espaldas y un par de libros dedicados a ellas (“No es bueno que Dios esté solo” y “La España viva”), destácanos alguna: la que más te impactó, la que más te costó conseguir, la que fracasó, el que incorporaste luego a tus amistades, la más rocambolesca…

Tiendo a pensar que mi vida ha sido bastante plana. Hasta que me pongo a recordar entrevistas, cada una con su historia. Es entonces cuando confieso que he vivido… a través de otros. Nombres, preguntas. Los primeros que me vienen a la cabeza, respondo. Pero podrían ser otros. ¿La que más me impactó? La de Lino, un jubilado del barrio de La Guindalera al que cuando era niño la profesora les mandó a él y a sus compañeritos que escribieran en un papel diez cosas que quisieran ser de mayores y él terminaría siendo nueve de diez: mercenario, taxista, camionero, actor, cartero… todas menos piloto. ¿La que más me costó? José María García, Butano, dos años enviándole todos los jueves un sms (no existía wasap), hasta que se rindió. ¿La que fracasó? Las que no pudieron ser, por la razón que fuera. ¿La que se convirtió en una amistad? Muchas. Por ejemplo, Santi Abascal, al que entrevisté por primera vez hace 15 años, cuando todavía era presidente de Nuevas Generaciones del País Vasco; desde el comienzo nos unió una irrefrenable afición a hacer el ganso (afición que, por motivos obvios, él no puede practicar tanto como antes).


¿Qué haces cuando hay temas escabrosos del pasado del entrevistado, o cualquier asunto susceptible de generar morbo? ¿Omitir? ¿Naturalidad? ¿Pactar antes?

Lo pregunto todo, también lo escabroso. Ahora bien, si noto incomodidad por parte del entrevistado, ni insisto ni lo publico. Es la cortesía mínima con alguien que se está poniendo en tus manos. No soy un carroñero. De nuevo, nombres. A Bernard Nathanson, pionero del aborto en los Estados Unidos que terminaría engrosando las filas pro vida, le entrevisté en su bonito apartamento de Manhattan y le pregunté qué sintió al abortar a su propio hijo, a lo que me respondió que la satisfacción del trabajo bien hecho, igual que con otros 75.000 bebés más. El titular fue: “He sido un asesino en serie”. A Orlando Bosch, anticastrista acusado de poner una bomba en el vuelo 455 de Cubana de Aviación en el que murieron 73 personas, le pregunté en su exilio de Miami si había sido él, a lo que me respondió negativamente, para enseguida añadir algo que me hizo sospechar que sí: “Pero deje que le diga que los que viajaban en aquel avión eran todos unos comemierdas”. Las muchas veces que he entrevistado a Amando de Miguel sobre su vida, hemos terminado hablando de cómo sus hijos fueron abducidos de niños por una secta -Edelweiss- cuyo gurú no solo abusó sexualmente de ellos, sino que les indujo a que hicieran igual con otros niños.


En la documentación para preparar esta entrevista he sabido que comías tiza para subir la temperatura y no ir al colegio. A esto me refería con el pasado escabroso de los entrevistados. Sin embargo, me da la impresión de que te gusta mucho hablar de esa etapa de tu vida…

No me acordaba de lo de la tiza. Pero ahora que me lo cuentas, sospecho quién ha podido ser tu fuente. Esto hay que aclararlo. Comí tiza una vez. Y, contrariamente a la leyenda urbana, no me subió la fiebre. Probablemente sí me provocó un principio de úlcera. Son los riesgos de hacer el gilipollas. Pero quién no lo hace alguna vez en el colegio, época de la que, es verdad, guardo un gran recuerdo, como de casi todas las de mi vida, por no decir todas. Hasta de la mili. Sobre todo, de la mili. En San Fernando, Cádiz. 2º reemplazo de 1996.


¿Cádiz es tu lugar al que volver? ¿O no tienes esa clase de apegos?

Me gusta mucho Cádiz. Mi madre es de Jerez y yo me siento muy de allí (sin necesidad de impostar el acento ni de engominarme los ricitos del cogote). En Jerez de niño pasé Navidades y Semanas Santas inolvidables. Los veranos en El Puerto, en cambio, me costaban más. Hubiera dado lo que fuera por veranear en el norte, en Comillas, por ejemplo, con más verde, menos gente y la temperatura justa para bajar a la playa sin achicharrarte, salir a cenar con jersey, por si acaso, y dormir tapado. ¿El lugar al que volver? Volvería antes a Nottingham, donde viví con 16 años. O a Herman, Minnesota, donde estudié el COU. O a Jessel, la correduría de seguros y reaseguros en la que trabajé por las mañanas los años de la carrera, en la calle Eduardo Dato. O a Damasco o Beirut, donde viajé un verano. Y, sobre todo, volvería a Miami. Viviría en Miami. En Key Biscayne.


Fuiste un lector precoz de títulos para adultos. Creo que con 16 años leías “Pantaleón y las visitadoras” o a Capote. En la cuenta de Instagram de La mesa de la cocina vas reseñando los títulos que te han marcado y las circunstancias en las que los leíste.

Vuelves a delatar a tu fuente. ¿Lector precoz? No exactamente. A esa edad me empeñé en que me gustara la lectura, sin conseguirlo entonces. Es verdad que en 2º de BUP leí por mi cuenta a Vargas Llosa -ahora tío Mario-, a Capote y al Roald Dahl más verduscón, menos para niños. Pero no me aficionaría de verdad a la lectura los hasta los 22 años, durante un verano trabajando en Ayamonte, de jardinero. Fue entonces cuando decidí apagar la tele en mi vida y dedicar todos los días una, dos horas o más a la lectura. Veinte años después, puedo decir que he cumplido. Lo de Instagram tiene su explicación. Después de muchos años negándome, hace poco terminé por convencerme de que tenía que estar en redes sociales. Así que me abrí una cuenta en Twitter y otra en Instagram. En Twitter no he dicho ni pío. Es más, he perdido las claves. Lo que me trae sin cuidado. No le veo la utilidad. Instagram, en cambio, me parecía otra cosa. Solo que no me veía subiendo fotos de mis pies en la playa o de mí mismo durmiendo la siesta el domingo, con una manta. Más que nada, por pudor. Y porque no creo que aporte nada a nadie. A mí, desde luego, no me aportan fotos así de la gente. Así que empecé a subir portadas de libros, cada una con su comentario. Si en lugar de haber dedicado buena parte de los últimos 20 años a leer, hubiese coleccionado pegatinas de partidos políticos -conozco a un tío- o vinilos, habría subido y comentado eso. Por aportar, ya digo.


Lo de los últimos 20 años es literatura histórica y política sobre todo, ¿no?

Ha habido de todo. Empecé aquel verano en Ayamonte, con los guiones de “Anillos de oro”, de Ana Diosdado, editados en dos tomos por Austral. Los compré de saldo en un mercadillo, sin saber muy bien por qué. Pero me empecé a leerlos y me subuyugaron. Y eso que en su momento no me dejaron ver la serie en casa, por no ser para niños (iba sobre el divorcio, ¿te acuerdas?). La vería luego, después de leídos los guiones, lo que fue una experiencia muy divertida. La serie, las situaciones, los personajes, me los había imaginado de otra manera: mi manera. Ese libro me llevo a otro. Y ese otro a otro. Y así, hasta hoy. En mi modesta biblioteca no entra un ejemplar que no me haya leído. Y hay de todo. Desde clásicos, como Ilíada, Odisea, El Quijote o Fortunata y Jacinta, hasta novelitas ligeras. Rara vez compro y leo libros publicados el año en curso. Prefiero que el tiempo haga su trabajo. ¿Historia? Durante un tiempo coleccioné y leí breves historias de España. También mucha biografía e historia universal, sobre todo, de los Estados Unidos, país que interesa mucho. ¿Política? Algo, cada vez menos. Últimamente he vuelto a la narrativa, incluyendo la novela gráfica, sin abandonar la crónica periodística y el teatro. Poca poesía, en cambio. Muy poca. Casi nada. Algo de Pepe y de Fernando López de Artieta. Que Quique García-Máiquez me perdone.


De las aulas de derecho en el Ceu a Intereconomía donde lo fuiste todo. ¿Quedan metas? El otro día un compañero tuyo que aún no ha cumplido los cuarenta me decía que profesionalmente sentía que ya había hecho todo lo que quería.

En Intereconomía no lo fui todo, pero sí hice de todo. El único que lo era todo era Julio Ariza, su presidente. Y fue gracias a él que hice cuanto se puede hacer en prensa, radio y televisión. O sea, escribir, producir, dirigir y presentar. Julio me firmó un cheque en blanco para hacer el periodismo que quisiera. Y lo hice. ¿Metas? Me pasa lo que a ese amigo tuyo. He hecho todo lo que quería. Y con una precisión milimétrica, exactamente como lo había imaginado. Casi siempre a mi manera y rodeado de amigos. Lo mejor es que sigo haciéndolo. Creo no haber tenido nunca la sensación de qué-bien-hoy-es-viernes ni la de qué-horror-mañana-es-lunes. El trabajo para mí es la mejor expresión del descanso. Me encanta esto. No me veo jubilándome. Lo que te decía antes: el billete premiado.


Les dejo AQUÍ el divertidísimo discurso de Gonzalo en la fiesta de despedida de Intereconomía.


¿Cómo surge el podcast? Yo no era oyente de podcasts hasta que descubrí La mesa de la cocina. Me gusta que sea ecléctico y ágil. Me asombra tu dicción y adivino un currazo detrás de cada capítulo.

Lo que te voy a contar es verdad, no un ejercicio de embellecimiento personal, de farfollismo autobiográfico: cuando era pequeño, había en casa de mi abuela, en Jerez, un enorme aparato de radio. No te imagines un receptor. Este era receptor y emisor. O eso deducíamos mis hermanos y yo por una aguja que marcaba la frecuencia de onda de las grandes capitales del mundo. El problema era que el armatoste no fucionaba. Pero me chiflaba pensar que lo que dijeras a través del micro podían escucharlo, qué sé yo, en Londres, Tokyo, Washington, El Cairo o Buenos Aires. Eso ahora es posible (de nuevo, bendito internet). Y desde la mesa de tu cocina, si quieres. Solo te hace falta el instrumental adecuado, al alcance de casi todas las fortunas, y, más importante que eso, algo que contar. Yo tengo mucho que contar -no mío, de otros- y cada vez más oyentes, en España, pero también en otros países, de los que sabes situar en el mapa, como México, y también de los que no, como Trinidad y Tobago. Que haya alguien allí, donde sea, escuchándote, me fascina. Por eso no escatimo en gastos de producción. Lo bueno es que en menos de un año, ya le he visto rentabilidad al invento. Además del mío, produzco dos podcasts, uno para una consultora y otro para un think tank. Suma todo esto a mil y un líos más en los que ando metido, todos de trabajo. ¿Resultado? Que no me aburro, vaya.


Hablemos de tu libro. Estás en fase de corrección de lo que será ¿una autobiografía?

¿Autobiografía? ¿Y cómo la titulamos? ¿Memorias de un tío muy conocido en su casa a las horas de comer? A veces puedo pecar de vanidad, pero no hasta ese extremo. El libro va de otra cosa. Es el cantar de gesta de los héroes en la lucha contra Castro. Los llamados “plantados”, hombres que estuvieron veinte y treinta años en la cárcel, soportando lo insoportable, haciendo frente en todo momento a la tiranía, que ya no sabía qué hacer con ellos. Oí hablar por primera vez de ellos en 2006, hace 14 años. Tanto me empeñé en conocerlos que lo logré. En Miami, dónde si no. Hasta cuatro veces viajé allí a lo largo de diez años para documentarme, con estancias que iban de la semana a los tres meses. Y entre viaje y viaje, leía y leía, subrayaba y subrayaba, anotaba y anotaba. Casi todos los testimonios del libro son directos, recogidos por mí. Entrevisté al edecán de Batista, a comandantes de la Revolución traicionada, a expedicionarios de Bahía de cochinos, al agente de la CIA que capturó al Che, a participantes en el éxodo del Mariel y en la operación Peter Pan, a campesinos que se alzaron en armas contra el comunismo, a lo más duro del Miami guerrero, por supuesto a presos políticos. El libro son montones de historias, todas con un hilo conductor: Ángel de Fana, el hombre al que más he admirado nunca, de mis mejores amigos hoy. El libro lo acabé hace tres años y, tras varias intentonas para publicarlo, lo metí en un cajón, sin rabietas de genio incomprendido. Yo solito me metí en lío. Nadie me obligó. El libro finalmente lo publicará una editorial de Miami. Me hace tremenda ilusión. Con todas sus imperfecciones, es el trabajo del que más satisfecho me siento.




Portada del libro




“No paro quieto” aunque también “Hablamos de lo que quieras”. Tu autobiografía, digo. Tengo que decir, si me lo permites, que solo he leído un capítulo de ese libro y que no tenía el contexto, pero que, efectivamente, hablas de cómo conociste a de Fana. La narración en primera persona sin tratar de edulcorar me parece una manera interesante de abordar hechos históricos.

En el libro la primera persona solo aparece en el prólogo -que es lo que has leído- y en el epílogo. Desaparezco entre el capítulo 1 y el 40. ¿Por qué iba a figurar, si no fui testigo de los acontecimientos que narro? La primera persona siempre con oportunidad, nunca sin ella. Lejos de mí la funesta manía del protagonismo.


Conociste a Degrelle con 7 años y, además de las personalidades que has ido nombrando, seguro que otras muchas importantes en distintos ámbitos. La pregunta no es quién te ha marcado sino qué acabas valorando en una persona.

A ver, lo de Degrelle. Cuando mi padre era gobernador civil de Sevilla, Degrelle fue a verle para no sé qué asunto. Debieron de congeniar, sin llegar a la camaredería. ¿Nazi mi padre? Cómo iba a serlo, si nació en Baños de la Encina, Jaén. Habría sido tronchante y él era un hombre serio, nada dado a exotismos ni extremismos. Mi padre lo que fue es un señor de derechas, un hombre del régimen, miembro del Opus Dei, monárquico de Don Juan y espía en el Madrid rojo (el primer episodio del podcast cuenta su historia). Una noche, mi madre hizo una cena en casa -mi padre ya había fallecido- y entre los invitados estaba Degrelle. Los tres hermanos pequeños -somos ocho- nos empeñamos en saludar a un señor del que nos habían dicho que había combatido en las trincheras. “Os enseñagué mis unifogmes de la guega”, recuerdo que nos prometió, con su acentazo. Ya mayorcito, leería a Degrelle. Qué prosa, el tío. Electrizante. No te digo que sea leerlo y entrarte ganas de alistarte en la campaña de Rusia para luchar contra el comunismo. Pero sí cobra todo sentido eso que cuentan de que el personaje de Tintín estaba inspirado en el joven Degrelle. El Degrelle reportero me interesa más que el Degrelle político o el Degrelle soldado. Pero me enrollo. ¿Qué valoro en un personaje público? Que la imagen que proyecta se corresponda con la verdad, si no en su totalidad, sí en un tanto por ciento altísimo. Que no sea una mentira.


¿Cuánto vale tu agenda de contactos?

Lo que vale mi iPhone de los tiempos en que Dios aun cantaba bajo la frente de Steve Jobs. O sea, nada. Lo que vale es el tiempo que has dedicado a cultivar los nombres de esa agenda, la confianza que hayas podido generar en ellos, más allá del interés de un instante. Al personal no solo hay que felicitarlo por razón de un nombrabiento, sino también darle un telefonazo cuando lo cesan. No me gusta, por cierto, la palabra “contactos”.


Hemos hablado de una de tus dos pasiones, la disidencia cubana. Y la otra… ¿los Reyes Magos?

Los Reyes Magos ya no son una pasión para mí, si es que alguna vez lo fueron. La historia es que un día se me ocurrió la idea de hacer un libro sobre ellos. Pero un libro de investigación, nada de cuentos. Durante años leí mucho de lo que se ha escrito sobre Sus Majestades -debo de tener de las bibliotecas más completas al respecto- e hice un par de viajes, uno de Milán a Colonia, siguiendo el rastro de sus reliquias, con Julia, comisionados los dos por una gran revista, o sea, a todo plan: billetes en primera, buenos restaurantes y grandes hoteles. Hasta que un día terminé por convencerme de que el tema -el de los Reyes, no el de los hoteles- tampoco es que me apasionara. Es más, me aburría. No el relato telegráfico que hace San Mateo en el Evangelio, tan sugerente, sino la investigación histórica, en general. Lo de husmear por los archivos no se hizo para mí. Me interesa el testimonio vivo. Por eso he andado últimamente dándole vueltas a una serie documental para podcast sobre la lucha de la Guardia Civil contra ETA. El problema es que el otro día, tomando un café con Rafa Vera (con cuya amistad me honro), me dijo que Amazon ya le había entrevistado para algo así. Lejos de desanimarme, pensé: ¿y una larga conversación, también para podcast, y en varias entregas, con la vieja guardia del felipismo? Ya sabes: González, Guerra, Ibarra, Bono, Paco Vázquez, Leguina, Chaves, Vera, Barrionuevo, Corcuera… A ver qué sale.


Cuando, a raíz de que leyeras la entrevista de Mario Crespo, me interesé por tu figura, descubrí que teníamos amigos comunes. No ha habido nadie que me dijera otra cosa que “es muy buen tío”. Tú tienes una teoría al respecto.

¿Un buen tío como lo es Camps? Si es así, me pido ser un cabrón con pintas. Aunque peor que un cabrón con pintas solo hay una cosa: un buenazo. He conocido a algunos con esa fama y me han parecido unos blandengues faltos de carácter. Así que dejémoslo en “buen tío”. Supongo que habrá quien no piense así. Una teoría al respecto, dices. Más que una teoría, es la constatación de un orgullo y una satisfacción. Como periodista, en ocasiones me ha tocado ser jefe. Pues bien, a pesar de haberlo sido duro y exigente, no creo que nadie que haya trabajado para mí me guarde rencor. Es más, suelen invitarme a las bodas -incluso hacerme testigo- y mandándome cosas suyas para que las lea y se las comente, ahora que ya no tengo mando en plaza. Creo que esto es así por dos razones. La primera, que nunca he sido un psicópata, sino alguien preocupado por enseñar un oficio que amo a otros que empiezan, con todas las asperezas de mi carácter, pero la mejor de las intenciones. La segunda, que a la hora de la verdad, siempre he dado la cara por la gente a mi cargo, sin escurrir nunca el bulto. O eso me gusta pensar (que yo creo que sí).


También tienes fama de tener muy buen ojo para las jóvenes promesas. Dinos a quién sigues.

De haber trabajado en la industria del espectáculo, habría sido uno de esos ojeadores que van por los bares con actuaciones descubriendo artistas. Me habría encantado. En cierto modo, he hecho eso en el periodismo. He metido en el circuito periodístico a gente que estaba fuera. No porque yo sea un tío muy generoso. Los he metido porque lo valían. De no haber valido, no habría movido un dedo. Todavía hoy, si puedo, lo hago, y eso que el que, por decisión propia, está bastante fuera del periodisteo soy yo. Algún día, más pronto que tarde, montaré una agencia, una productora, una oficina, algo, y me dedicaré a descubrir talentos, 24 horas al día, 7 días a la semana. ¿A quién sigo? Últimamente mucho a una chica de Alicante, cuyos textos tengo que leer dos veces, pues la primera no doy crédito; sencillamente acalambrantes.




Me gusta tu concepto de "juventud". En cualquier caso, muchas gracias. También por la generosidad y el tiempo dedicado a responder esta entrevista.

Les dejo las redes sociales que no usa. A excepción de su cuenta de Instagram, que recomiendo encarecidamente. 
Tampoco se pierdan su podcast, sorprende en cada capítulo.