miércoles, 16 de septiembre de 2020

El arte de la filosofía

 "Las cosas del saber, como las del querer, no son sencillas"


Decía Quintana Paz (Salamanca, 1973) en un tuit el otro día que a los filósofos se les pedían soluciones para el mundo y que ellos sólo sabían poner problemas. 

Pienso que quizá es porque los filósofos son como los libros: los malos dan pequeñas respuestas, los buenos suscitan grandes preguntas.

El caso es que he reunido en esta entrevista a dos buenos filósofos que además son amigos y creo que eso, aunque les resulte ajena la disciplina, les hará disfrutar de esta charla. Mi intervención testimonial en ella es para darle ese toque mundano en el que Miguel Ángel, lejos de engolamientos académicos, se desenvuelve tan bien.

Mariona Gúmpert (Pamplona, 1983) es doctora en Filosofía y del profesor Quintana Paz me costaría tanto resumirles su espléndido currículum que lo único que voy a hacer es decirles que se den un paseo por su web y le sigan en Twitter. Ah, y que ganó un concurso de haikus.




Quedo muy agradecida a ambos por la generosidad, amabilidad y sabiduría que han dedicado a esta entrevista.


Mariona- Decía Oscar Wilde que dos mujeres tienen que haberse llamado de todo antes de poder llamarse la una a la otra “hermana”. Tú y yo nos hicimos amigos tras una enconada discusión filosófica en Twitter. ¿Los amantes de la filosofía somos como las mujeres —según Wilde—, o somos igual de gregarios que cualquier otro grupo humano?

La verdad es que hacerse amigos a través de la filosofía no debería resultar demasiado sorprendente: recordemos que es una actividad en cuyo nombre ya figura la amistad (filía en griego). El filó-sofo es el amigo de la sabiduría, sofía; al igual que el filó-logo es el amigo de la lengua, el logos.
De hecho, ahí podríamos resumir la diferencia entre una discusión que mantengan dos filósofos y una que mantengan dos sofistas.

Los filósofos, como en realidad buscan una tercera cosa, el saber, luchan, sí, pero no tanto el uno contra el otro, sino cada cual contra las carencias que posee él mismo (y que el otro te ayuda a detectar, como también ocurre en una pelea de verdad). Tu contrincante es pues también tu aliado, por paradójico que suene. Y por ello, en una discusión verdaderamente filosófica, ganan los dos contendientes, idea que resultaría absurda si la aplicásemos a un partido de fútbol.
En cambio, el enfrentamiento entre los sofistas (entre los propagandistas, diríamos hoy), como no busca más que el triunfo de cada uno de los contendientes, es un juego de suma cero (como también diríamos hoy), en el que si uno gana otro pierde y viceversa. Por eso es más difícil que se hagan amigos en su combate (aunque, una vez colgados los guantes, bien puedan irse a jugar al baloncesto o a otros deportes en un mismo equipo). Dicho esto, me gustaría mencionar que cuando hablo de “filósofos” no me refiero solo a nuestro limitado grupito profesional (donde, por cierto, hay muchos que no son filósofos en este sentido de amistad con la sabiduría). Aludo más bien a todo aquel que ame el saber y que, por tanto, en este sentido sí sería filósofo. Y que habrá experimentado también este peculiar gozo que es usar el debate para querer y dejarse querer por la verdad.


M- ¿Está la filosofía académica acabando con la filosofía de altos vuelos, aquella que nos pueda realmente iluminar acerca de las preguntas más importantes que se hace el ser humano?

Por suerte la filosofía académica es un campo no pequeño y hay un poco de todo en él. Así que, si me lo permites, voy a intentar reivindicarla un tanto.

¿Que es verdad que a veces se limita a asuntos que parecen irrelevantemente miopes? A menudo he contado que a mí mismo me han dado las tantas de la noche en seminarios filosóficos junto a la M-30, discutiendo acaloradamente sobre el significado de una coma en una frase de H.-G. Gadamer. Y, lo que es peor, aún pienso que era un asunto de no magra relevancia. (Lo digo aquí como advertencia a mis futuras citas de qué es lo que entiendo por “pasar una buena tarde para empezar el fin de semana”).

Por otra parte, si estamos de acuerdo en que la filosofía es una disciplina complicadilla, que precisa lustros de estudio, la verdad es que la academia nos da una oportunidad maravillosa a los filósofos profesionales: la de dedicarle mucho tiempo a ella ¡y que encima nos paguen por ello!

Tú has vivido como yo la curiosa experiencia que podríamos llamar “ignorantexplaining”, ahora que se habla tanto de “manexplaining” u otros palabros similares. Es decir, hay mucha gente, a veces brillantes en sus áreas (eficaces ingenieros, exitosos científicos, loables juristas), que habiendo leído un par de libros de filosofía (o ni siquiera eso), te vienen enseguida a explicar a ti, filósofo que llevas estudiando un asunto a veces varias décadas, cómo son de verdad las cosas. Curiosamente, yo nunca iría a explicarle a un ingeniero cómo construir de verdad un puente, por el sencillo motivo de que no lo he aprendido. ¿Por qué si ocurre al revés?
La explicación creo que es dúplice. Por un lado, bonita (todo el mundo sabe que la filosofía es algo a lo que no debería permanecer ajeno). Por otro lado, fea (el orgullo y la pereza les conducen a creer que ya saben enseguida lo que no saben).
La filosofía académica es un buen recordatorio de lo mejor de esas dos facetas: sí, la filosofía nos concierne a todos, y por eso está bien que nuestra sociedad le dedique recursos. Pero no, no es un asunto facilón, y también por eso tenemos que pagar a gente para que le dedique a ella muchísimo tiempo (si queremos movernos ahí con una cierta consistencia, claro).

M- Actualmente son los físicos los que abordan, quizá sin saberlo, temas metafísicos; los médicos los relacionados con la bioética; politólogos y economistas abordan discusiones que son más propias de la filosofía política. Los filósofos que tratan de meter pie en estos debates públicos pierden por goleada: aburre tanto “bueno, depende”, y la excesiva sofisticación y tecnicismo de las respuestas. ¿Es esto algo negativo per se? ¿Tiene el filósofo que aprender a volver a la caverna —como diría Platón— a costa de sonar muy simplón ante el resto de sus colegas?

Fíjate que yo creo que más bien ocurre a menudo lo contrario (como ves, ¡he venido a esta entrevista, como digno filósofo, con ánimo de polemizar!). Me parece que la gente está a menudo cansada de tanto experto, tanto especialista que da respuestas tajantes que luego se revela que no son tales.
El apogeo de este cansancio creo que se está dando con la actual pandemia: divulgadores científicos que en marzo nos decían que llevar mascarilla era una estupidez, ahora te consideran prácticamente un criminal si olvidas ponértela 3 minutos mientras caminas por una calle solitaria.

Es decir, volvemos a lo de antes: las cosas del saber, como las del querer, no son sencillas. Si el filósofo introduce ahí matices, dudas, excepciones… creo que puede ser bienvenido en los debates públicos.


M- Hablando de volver a la caverna. Según el mito platónico, el que ha conseguido escapar, ha visto la luz y las cosas reales, regresa para liberar a sus compañeros, quienes lo acaban matando. ¿Es éste el destino –más o menos figurado- de quien trata de hacer algo parecido con sus coetáneos?

Los psicólogos del comportamiento (Daniel Kahneman, entre otros), al estudiar la economía, nos han enseñado que la gente prefiere a menudo quedarse sin la oportunidad de ganar con tal de no perder. Eso también ocurre con nuestras ideas: nos agarramos a ellas, aunque sean falsas, por el miedo que nos produce perderlas.

Dado que el filósofo es un incordio que viene a zarandearte esas ideas a las que estás agarradito, es normal que genere, y haya generado tan a menudo a lo largo de la historia, animadversión. Pero no me parece especialmente trágico hoy en día, donde (al menos en Occidente) ya no te hacen tomar la cicuta por filosofar. Simplemente tenemos que acostumbrarnos nosotros también, como filósofos, a perder algo que, sobre todo a los españoles, nos encanta: el vicio de querer caer siempre bien.


M- Sigamos con Platón y su propuesta del filósofo-rey, un sabio que gobierne al resto. La realidad nos habla de otras cosas como, por ejemplo, tu paso por UPyD. Mi pregunta es, ¿puede uno estar metido en política y conservar su integridad moral y su libertad de expresión dentro del partido y de cara a la sociedad?

Bueno, mi experiencia fue que sí es posible. Pero bien es verdad que yo me tomé lo de la política como una especie de expedición etnográfica por esa área de lo humano. Aprendí muchísimo, me lo pasé muy bien, hice relaciones de todo tipo, pero nunca me tomé en serio lo de obtener el poder. Creo que los votantes lo notaron y por ello, atinadamente, nunca me eligieron cuando me presenté a las elecciones.

Dentro del partido, en cambio, debo reconocer que gané todas las votaciones a las que me presenté: para mi sorpresa, creo que eso muestra que a veces los buenos razonamientos sí que cuentan en política (pues no creo que los afiliados me votaran solo por mi atractivo físico o mi humildad, aunque estoy dispuesto a aceptar que estos dos pudieran ser también elementos de peso).


M- Mi director de tesis siempre ha comentado que ha aprendido más sobre el ser humano leyendo buena literatura que estudiando filosofía. ¿Qué opinas?

Antes he dicho, un tanto apresuradamente, que el filó-logo amaba la lengua; pero logos en griego, como sabes, significa también “razón”, por lo que en principio no debería haber una oposición tajante entre lo que estudian las filologías (incluida la literatura) y lo que estudian los filósofos, que buscan la sofía, la sabiduría, razonando. Esta de hecho es la idea de varios filósofos: Miguel de Unamuno, Martha Nussbaum, Richard Rorty…

Desde un punto de vista biográfico, además, entiendo bien a tu director de tesis, Alejandro Llano. Cuando empecé mis estudios universitarios prácticamente me daba igual estudiar Filosofía que Filología. Creo que elegí la primera solo por rebeldía, por ganas de estudiar algo patentemente inútil (mientras que la Filología todo el mundo entendía que al menos me serviría para dar cursos de español a extranjeros, una actividad muy lucrativa en mi ciudad de origen, Salamanca).

Aún así, al poco intenté compatibilizar ambas carreras, e hice algunos cursos de Filología a la vez que proseguía en Filosofía. Luego entendí que a nadie en cualquiera de las dos carreras le importaba lo más mínimo que estudiara la otra y, acatando ahí ya sí consideraciones prácticas, decidí concentrarme en solo una de las dos especialidades para obtener mejores resultados. Supongo que había leído ya a Aristóteles y sabía que no conviene exagerar en nada, ni siquiera en el deseo filosófico de buscar lo inútil.


M- Durante un tiempo los llamados “tolerantes” cayeron en la cuenta de que la tolerancia, como cualquier otro valor, no es absoluto, y que tiene que estar integrado dentro de un sistema que dé coherencia a todo. O, por decirlo de forma sencilla: vieron que hay posturas que no encajan en su visión de las cosas pero, si trataban de acallarlas, ya no podrían llamarse a sí mismos tolerantes. Vino a su rescate un meme de Popper, en el que se hacía una caricatura de la solución que proporciona Popper al respecto. ¿Qué es más nocivo? ¿La ignorancia sobre estos temas? ¿O que la gente oiga campanas, y cite tal o cual frase para llevarse la razón a su terreno, valiéndose de una falsa apariencia de sabiduría y verdad?

Naturalmente, es mucho mejor la ignorancia completa.

Mi madre, por ejemplo, que apenas había superado la educación primaria, no tenía ni idea de quién era Popper. Jamás había oído hablar de él. Pero al menos sabía que no sabía nada de Popper. Y no habría tenido problema en reconocerlo. Como diría Olavo de Carvalho, “saber que se sabe es saber; saber que no se sabe también es saber”. Por tanto, en eso mi madre era superior a todos los que han visto el meme ese sobre Popper que explica mal su “paradoja de la tolerancia”, pues estos sí que creen que saben algo que en realidad ignoran. ¡Y algunos incluso te lo discuten!

(Por cierto, para una explicación, en menos de 1 minuto, de lo que sí quiso decir Popper sobre este asunto, permíteme recomendar este pequeño vídeo).


M- Respecto a la última pregunta, ¿qué es más útil? ¿Qué los profesores de filosofía abordéis problemas filosóficos, enseñando a pensar y a ser crítico? ¿O centrarse en la historia de la filosofía y dar pinceladas de los autores más importantes?

Yo haría lo primero (es decir, justo lo contrario de lo que se hace en la EBAU española), pues ello te permite, llegado el caso, dar las pinceladas a que aludes en la segunda opción. Y ver por qué esas pinceladas son de veras útiles para pensar.

De hecho, este es el sistema que se usa en el bachillerato francés, del que estoy enamorado. Los jovencitos galos salen de él siendo capaces de escribir durante varias horas sobre un asunto de enjundia filosófica. Hace poco, por ejemplo, les preguntaron si “todo lo que tengo derecho a hacer es justo”; o si “es suficiente observar para comprender”.

En cambio, nuestros pobres alumnos españoles solo saben repetir cuatro ideas esquemáticas sobre los diez o doce autores antañones que han, a toda prisa, “estudiado”. Pocos captan qué tienen que ver esos señores con su propio pensamiento.


M- Te repito una pregunta que ya le formulé a Ignacio Escobar: se les dice mucho a los jóvenes que escojan oficios que no sea capaz de hacer una máquina, ¿veremos un resurgir de las humanidades y del mundo espiritual? O, por el contrario, ¿vamos a estar cada vez más enajenados por la inmediatez y facilidad de los placeres que proporciona el siglo XXI?

Ya sabes que no me gusta hacer predicciones, sobre todo acerca del futuro.

Ahora más en serio: precisamente porque el futuro es impredecible, quizá no tiene mucho sentido limitarse a aprender una u otra habilidad específica. Quizá sea mejor flexibilizar uno su mente en general, fortalecerla en sentido amplio. Así ella será capaz luego de adaptarse rápidamente a lo que sea que el futuro nos demande.

Y ¿qué disciplina nos permite desarrollar a la vez una mente fuerte y flexible? Creo que la respuesta está en la filosofía (pero, como tengo una mente flexible, si alguien me demuestra que hay otra cosa mejor a estos efectos, no tendré problemas en variar mi opinión). 


Esperanza- Mariona le preguntaba antes por la libertad de expresión dentro de un partido político. Yo quería recordar estas palabras de María Zambrano: “Hay cosas que no pueden decirse y es cierto. Pero lo que se tiene que escribir es lo que no se puede decir”. ¿Ha reparado alguna vez en su faceta de articulista en la autocensura?


Si por autocensura entendemos no decir todo lo que a uno se le pasa por la cabeza, naturalmente: debido a mi natural un tanto impetuoso, veo conveniente esforzarme en guardar cierto decoro.

Ahora bien, si por autocensura entendemos no decir aquello que sí que crees que debes decir, pero cuyas consecuencias temes, la verdad es que cuento con una ventaja enorme a la hora de no optar nunca por autocensurarme: creo que ya he ofendido alguna u otra vez a todos los colectivos de ofendiditos potencialmente ofendibles. Así que aplico la sabia y fluvial máxima: de perdidos, al río.


E- Aclárenos por qué es un peligro social y qué tiene Alaska :)

[Ríe] Lo de “peligro social” fue un calificativo que usaron hace años para referirse a mí en ElDiario.es, dentro de una sección animalista titulada El caballo de Nietzsche. Este rótulo hace referencia a la anécdota de que el filósofo Nietzsche, justo antes de caer de modo irremisible en la locura, se abrazó a un caballo al que estaban azotando en Turín. Siempre me ha resultado cómico que unos defensores de que los animales poseen igual dignidad que los humanos escogieran para nombrarse justo ese momento en que un humano cayó en la demencia.

La verdad es que el término de “peligro social” me hizo gracia (aunque la autora del texto, Ruth Toledano, no pretendía que me lo hiciera, sino más bien que me despidieran de mi universidad). Así que decidí adoptarlo como epíteto en mi biografía de Twitter. Ahora han borrado ese artículo, ignoro por qué; quizá tenga que ver con que me he apropiado de él, como un blasón de honor, y entonces ya no les gusta tanto. (Aparte de que no cosecharon éxito en su propósito de anular mi carrera universitaria, todo sea dicho).

En cuanto a Alaska, creo que representa precisamente todo lo contrario de ese regurgitado de setas podridas (permítaseme citar a Hofmannsthal) que representan hoy todos los que quieren anularnos, “cancelarnos” (como se dice hoy), borrarnos del diálogo público solo porque no les gusta lo que decimos.

Frente al servilismo que estos quieren imponernos, Alaska significa libertad. Lo expresa bien el título de uno de sus éxitos imborrables, “¿A quién le importa?”. O también estos versos de otra canción suya: “Los pusilánimes también querrán un destino menos cruel; algo que les permita contemporizar, murmurar”. Hölderlin, más contundente, añadiría: “Continuad pudriéndoos, esclavos; días de libertad se alzarán sonrientes sobre vuestras tumbas”.


E- La nave nodriza del ISSEP, el ISSEP Lyon, pretende formar en gestión y ciencias políticas a futuras élites de líderes de modo que sean capaces de hacer frente a la globalización, con pensamiento crítico y raíces. En Francia, las principales escuelas de formación de dirigentes, como Science Po´o la ENA (Escuela Nacional de Administración), alcanzan un gran nivel en cuanto a la preparación técnica de sus alumnos, pero a su vez son instituciones fuertemente ideologizadas. Usted es docente en el primer año de andadura del ISSEP Madrid. ¿Qué considera urgente en la formación de líderes políticos y, a su juicio, a qué se debe que el “nivel” o discurso de la política en España sea tan poco elevado?

Hace unos años algunos españoles descubrieron de repente cosas como la antigua retórica u oratoria, y poniéndoles nombres anglosajones (“marketing político”, “spin doctor”, “war room”) empezaron a vendérselas a nuestros políticos, que las aceptaron como si de brillantes cuentecitas de colores se trataran. Recuerdo que un antiguo compañero, profesor universitario, había hecho su tesis doctoral sobre si se votaba más a candidatos con barba o sin barba. Ese tipo de cosas, aunque parezca mentira, les pirran a los políticos: les hacen creer que solo con escoger un buen barbero podrían ganar las elecciones.
Naturalmente, yo discrepo. Tengo la atrevida impresión de que la verdadera batalla política no está en el color de tu corbata, sino en cómo hayas conseguido que cundan en la sociedad tus ideas. O, mejor dicho, algo que está incluso antes que las ideas: lo que Ortega y Gasset llamaba “creencias”, o el espíritu del tiempo (Zeitgeist), la mentalidad triunfante.

En ISSEP Madrid tienen muy claro que formar en estas ideas de fondo a los líderes políticos del futuro resulta capital: por eso me atrajo su proyecto. Y supongo que también por eso les interesé yo como docente. Pese a que no sé nada sobre qué color de corbata hará que te voten más (de hecho, rara vez la llevo yo mismo; quizá por eso soy poco votable).


ELa batalla cultural: ¿se libra una verdadera pugna por las ideas o el epicentro es la construcción del “relato”?

Creo que las dos cosas están relacionadas. Según qué ideas tengas, te contarás a ti misma un relato u otro sobre tu vida y sobre lo que quieres para la sociedad. Si tu modelo es un Nietzsche enloquecido que se agarra a todo lo equino con que se topa, evidentemente cuando pienses en tu vida, cuando te la narres a ti misma, la cosa no te va a resultar demasiado edificante. Es probable que te deprimas. Y el remedio será peor que la enfermedad: acaso te pongas luego a pretender cosas bastante lunáticas para la sociedad. Por ejemplo, que todos olviden la diferencia humano-animal, como la has olvidado tú.

Occidente, sin embargo, nos ha legado cientos de historias de lo más edificantes. Historias que tenemos al alcance de la mano: en nuestra literatura, en nuestra religión, en nuestra filosofía… Historias que nos permiten construir cada uno de nosotros nuestro propio relato personal, pero, al mismo tiempo, guardar cierta sensatez y ciertos vínculos con nuestros congéneres. Gran parte de las tribulaciones modernas provienen de que hemos olvidado esas historias que nos hablan de qué es ser humano. La gente, simplemente, ya no sabe qué decirse a sí misma que es su propia vida, aparte de contarse que uno es trabajador, que pasa buenos ratos con sus hijos, que discute o se reconcilia con su pareja, que se va de turismo a Tailandia… Hoy la vida de muchas personas consiste, más que en protagonizar una historia personal de retos y entusiasmo, en atesorar microrrelatos (no es extraño que este género literario haya proliferado en nuestros días). De ahí que revitalizar los viejos relatos de Occidente (que cada vez que se cuenten sonarán distintos) me parezca urgente; solo dentro de ellos cabrán las ideas que hoy necesitamos. Aprendamos a decirnos qué hacemos en la vida con ayuda de David, de Macbeth, del Quijote, de Fausto.


E- Por último, usted no rehúye el debate en las redes sociales; es llamativo porque yo creo que el lema de Twitter debería ser: “Dejad fuera toda esperanza”. ¿Merece la pena el desgaste cuando en realidad pocos argumentan o son susceptibles de aceptar otros puntos de vista?

Esta entrevista con vosotras me ha resultado tan seductora que os confesaré un secreto: soy adicto a la adrenalina. Y Twitter te la despacha en grandes dosis. Gratis, además.

Por otra parte, y por tornar al inicio de esta entrevista: creo que cuando uno termina una disputa tuitera debería portarse como cuando finaliza un partido de rugby, esto es, debería irse de cañas con su rival. Por desgracia no muchos aceptan esta prueba de gallardía. Pero, aun así, lo cierto es que varios amigos míos hoy en día, como Mariona, surgieron de propinarnos codazos y empujones rugbístico-tuiteros ante el balón de la razón. Cuando has compartido el barro es más sencillo compartir todo lo demás.



Miguel Ángel Quintana Paz es profesor agregado en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Europea Miguel de Cervantes en Valladolid y director de su Departamento de Humanidades.

Pueden seguirles en Twitter  : @quintanapaz

                                                @MarionaGumpert

                                     

sábado, 13 de junio de 2020

El arte del arte

Entrevista realizada por Mariona Gúmpert


"El arte es un misterio, emerge del lienzo, o del taller del artesano, de la misma manera que lo hacen la vida y la conciencia a partir de la materia"




A Ignacio Escobar (Madrid,1973) te acercas por la belleza de su obra pictórica, pero te quedas por lo interesante de su conversación. Es un hombre del renacimiento en pleno siglo XXI, con la atracción añadida de la humildad y sencillez de su carácter. Quizá por eso no se extrañará el lector de que Ignacio tenga la suerte de conocer personalmente a Antonio López.

He de reconocer que me está costando hacer esta introducción, porque Ignacio es de esas personas de las que, si te preguntan por ellas, te ves en un aprieto: nada de lo que puedas decir de él llega a hacerle justicia. Como pintor figurativo que es observa la vida con una mirada atenta y pausada, que se apoya en su carácter reflexivo y en todas las horas de lecturas de grandes maestros que lleva encima. Tengo la teoría de que ambas facetas de su forma de ser se retroalimentan la una a la otra, de forma que puedes llamarlo el pintor-filósofo o el filósofo-pintor, sin que el orden de los factores altere el producto.

Si quieren conocer más de su obra pictórica pueden entrar en la plataforma NI-MÚ https://www.ni-mu.es y seguirlo en Instagram en @nachoscobar También pueden encontrarlo por Twitter en @nachoscobar, aunque gran parte de sus tweets los escribe en latín. ¿Por qué? Pasen, lean y podrán descubrirlo.



                                     
Autorretrato




Suele decirse que el maestro llega cuando el discípulo está preparado. ¿Qué opinas de la relación maestro-discípulo?¿Cómo ha sido tu experiencia de estas dos cosas, si es que la has tenido?

Supongo que es así, quiero decir, que para que un maestro y un discípulo lo sean de verdad tienen que estar a la altura de lo que se les pide; aunque tampoco es demasiado: tan sólo se requiere que, verdaderamente, discípulo y maestro quieran respectivamente aprender y enseñar. Fernando Savater escribió en una ocasión que la buena enseñanza se da por contagio. Creo que es una figura muy adecuada. Pero para ello se necesita que el profesor esté ya contagiado por un cierto entusiasmo hacia lo que enseña y que el discípulo ande también al menos un poco bajo de defensas, en el sentido de que no debe ponerse a la defensiva.

En cuanto a mi caso, sí, a veces he sido maestro, de hecho soy profesor de educación secundaria (aunque eso es otra historia, creo) y, afortunadamente, la vida me ha dado en ocasiones buenos maestros, y no sólo en pintura. Están, por supuesto, los que podemos compartir todos, los más grandes de cada momento y lugar: Velázquez, Vermeer, Zurbarán, Degas, Stanley Spencer y… yo qué sé, tantos otros. Pero, junto a esto, está la amistad y la guía de alguien tan bueno y honesto como pueda ser Antonio. Dos cosas que él suele compartir con bastantes personas, pues es así de generoso.


Ante parte del arte abstracto que se muestra últimamente, la reacción de muchas personas es decir “esto lo puede hacer un crío de 5 años”. Sabemos que este movimiento no es tan sencillo como nos lo quieren mostrar pero, ¿es razonable la decepción y hastío que siente parte de la población cuando se le intenta vender que un tiburón puesto en formol es arte?

No estoy tan seguro de que la decepción y hastío que comentas se deban en concreto a un rechazo general del arte contemporáneo. No en vano incluso los artistas más ‘tradicionales’, y el público en general, suelen compartir muchos de los clichés del arte contemporáneo, que no son otra cosa que una prolongación del romanticismo. Por ejemplo, la libertad del ‘creador’ (no olvidemos que el arte clásico obedecía siempre a un encargo y que solía tener una funcionalidad práctica); también la supuesta genialidad del artista, comúnmente relacionada con una cierta excentricidad, a veces incluso con la locura; la necesidad de romper con las reglas académicas (bien se trate del academicismo del S.XIX o, como lo fue en su momento, el expresionismo abstracto de los años 50), y con las reglas en general.



"La azotea del Parque número 12"


Todos somos hijos del arte contemporáneo y de sus preceptos, aunque nuestros fundamentos se encuentren siempre en los antiguos maestros. No fueron un capricho de unos pocos, entre otras cosas porque no eran pocos. En general, fueron los artistas de mayor talento de su generación los que trajeron las vanguardias, gente como Kandinsky, Giacometti o Juan Gris. No hubo nadie comparable a Picasso en talento y capacidad artística. Fue un monstruo, como Lope de Vega. Cuando yo estudiaba en la facultad, estrenaron la película ‘Sobrevivir a Picasso’. Un compañero estudiante me dijo: ‘en eso es en lo que estamos todos los que pintamos ahora, en sobrevivirlo’.

La abstracción en concreto, ya que me preguntas por ella, y si nos olvidamos de sus antiguas veleidades puristas, fue verdaderamente un nuevo género de pintura y, por lo tanto, un fenómeno muy enriquecedor.

Ahora bien, ¿qué diferencia hay entre todo eso y Damien Hirst, a quien pones como ejemplo? Supongo que la que hay entre una cosa que es verdadera, esté más o menos acertada, y otra que es falsa y pretenciosa. Digamos que el mundo del arte contemporáneo, tal y como yo lo veo, es una enorme hoguera de las vanidades y, si a uno le llega el éxito, a lo máximo que puede aspirar es a no vender su alma al diablo. Vamos, digo yo, porque en realidad a mí no me ha tocado eso, y no sé lo que es. Personalmente, siento en general un gran desapego hacia la estética de hoy en día. Me parece, salvando excepciones, fea y superficial. Es, además, un callejón sin salida: dure lo que dure, hace ya tiempo que no puede decir nada de la vida, que es lo que verdaderamente importa. Pero, por otra parte, ese es el mundo que nos ha tocado vivir, lo único que tenemos, y habrá que apañárselas con él, estemos a favor o en contra. Lo que no se puede hacer es vivir de la nostalgia.



¿Qué dirías que es el arte? ¿Qué diferencia hay entre arte y artesanía, o entre arte y diseño? ¿Es necesario que haya un receptor para considerar que algo es una obra de arte?

En una ocasión le preguntaron a Degás lo mismo: ‘¿qué es el arte, señor Degás?’ Y él respondió que, si lo supiera, hubiera hecho ya algo al respecto. ¡Pero vaya si lo hizo! Solo que pintando. El arte es un misterio, emerge del lienzo, o del taller del artesano, de la misma manera que lo hacen la vida y la conciencia a partir de la materia. Tan sólo se puede constatar que ocurren, como el amor y la belleza. Cuando les da por ocurrir, claro.


Villafranca. Verano 2018

        
La palabra ‘receptor’ me parece demasiado fría, y un poco absurda. Es como preguntarse si resulta necesario un ‘receptáculo’ para que exista el alma. Lo que es necesario es que el artista se dirija a alguien, eso seguro, independientemente de que lo encuentre o no. Pensemos en Bach: él escribía su música para Dios. Y lo mismo hacía Ansermet cuando dirigía. En realidad, el artista es como el náufrago que echa su botella al agua esperando a que alguien la encuentre. Aunque eso, hoy en día, le ocurre ya a casi todo el mundo.



Villanueva de la Cañada. Primavera de 2019




Frente a los tiburones expuestos en formol nos encontramos con que, cada vez que se hace una retrospectiva de Lucian Freud, por ejemplo, se forman colas para poder entrar a verla. ¿Crees que se llegará a dar un resurgir del arte figurativo?

También se forman muchas colas para ver esos tiburones, y no me quiero imaginar la cantidad de dinero que se ha ganado con ellos en las entradas de los museos y de las exposiciones. Lo que quiero decir es que las colas no significan nada por sí mismas. Lo que importa es la razón por la que cada uno, individualmente, se siente impulsado a ver una obra. Hay gente que quiere ver en Freud lo mismo que ve en Damien Hirst. Yo en el primero veo algo que me parece verdadero y en el segundo una mentira. Pero no tengo ninguna autoridad para demostrarlo. Afortunadamente, tampoco la tiene Hirst.



Tengo un amigo pintor al que le voy enseñando artistas nuevos que voy encontrando en Internet. El otro día le mostré uno que me había gustado, y me dijo “Lo hace muy bien, pero no hace nada nuevo. A mí me interesa que esté bien hecho, pero que sea novedoso también”. ¿Es posible la novedad en pintura, o puede decirse que no hay nada nuevo bajo el sol?


Depende de la distancia con que se mire. Si se observa la trayectoria del arte, desde sus comienzos, es muy difícil que aparezca nada nuevo bajo el sol. Ya desde el principio está todo planteado, a rasgos generales, como ocurre también con la filosofía. Sin embargo, cuando nos fijamos más de cerca, existe una clara sensación de novedad, o al menos de renovación, en la transición de un estilo a otro. Claro que también habría que ver a qué nos referimos con la palabra novedad. Porque hay, desde luego, una novedad mucho más intensa y radical, que es la que hace que tú y yo seamos diferentes, no sólo entre nosotros, sino también a todos aquellos que existieron antes y a los que llegarán a ser. Eso es lo que hace verdaderamente que la sociedad sea ‘nueva’.

Por otro lado, la historia opera en nuestras almas, eso no se puede dudar. Se acumula el conocimiento y la experiencia de generación en generación, en todos los ámbitos de la vida. Pero no sé hasta qué punto puede resultar esto relevante en el arte, si no es de manera secundaria. Pues en él lo que se busca es más bien lo contrario, aquello que es común y forma parte de todos nosotros, desde que el hombre es hombre. Lo que ocurre es que esto se manifiesta de forma individual y misteriosamente en cada persona, dentro de las vicisitudes de la historia. Y lo hace de forma natural, es decir, sin que uno se dé cuenta. Si no, es una simple impostura. El arte, entre otras cosas, es como la huella dactilar que deja el alma de una persona en su trabajo. Por eso nadie jamás llegará a ser Velázquez, y no sólo porque fue un genio. El mal artista, sin embargo, pinta con los guantes del momento… Unos guantes que son la mar de atractivos, eso sí.


   
Retrato de Tris



No se puede amar lo que no se conoce, y viceversa: cuanto más conoces lo que amas, más auténtico es ese amor y se profundiza en él. ¿Es cierto esto para el dibujo y la pintura? ¿Disfruta más del arte pictórico quien sabe pintar?

Pero, ¿qué es saber pintar? ¿Acaso es un conocimiento teórico? Al buen arte se lo conoce como se conoce a una persona, a través del trato. Una vez se lo ha tratado, se puede seguir disfrutando de su compañía, e incluso leer o escuchar muchas cosas acerca de él. Esto último, desde luego, ayudará a profundizar en esa experiencia. Pero, sin ella, todo lo demás es paja.

         
Rincón de estudio. Otoño de 2018



Es frecuente que, cuando digo que me gusta la filosofía, me comenten que es inútil, que no sirve para nada. ¿Podría decirse lo mismo de quien dibuja y pinta por placer? ¿De dónde surge ese impulso humano, en apariencia inútil? Es algo que me parece notable, dado que todos los niños pequeños disfrutan haciéndolo, ¿hay alguna explicación antropológica o teológica que dé cuenta de esa necesidad y disfrute?

Supongo que la habrá. Hoy en día hay teorías para todo. A mí me parece que lo extraño y monstruoso sería lo contrario, que todo tuviera una utilidad. Resultaría mucho más fácil también, porque encontraríamos su explicación en ella, y santas pascuas. Pero habríamos dejado en el camino nuestra libertad.

Los antiguos tenían muy claro que las mejores actividades a las que se podía dedicar un hombre libre eran las que no tenían ninguna utilidad, la especulación y la contemplación; en definitiva, las artes liberales. Buscar hacer algo por su utilidad les hubiera parecido una infamia, una cosa propia de esclavos. ‘Ludus’ en latín significa a la vez ‘juego’ y ‘colegio’, y ‘schola’, significaba originalmente, en su forma griega, ‘tiempo libre’. Y así era, efectivamente, pues los griegos sólo pudieron dedicarse a meditar y a pensar en cosas importantes e ‘inútiles’, como la filosofía y la geometría, cuando descansaban de su trabajo en el campo. Luego resultó que las cosas inútiles eran las más fecundas del mundo, y gracias a ellos tenemos nuestros satélites y la física cuántica, además de nuestra manera de pensar y razonar. Grotefend descifró la escritura cuneiforme mesopotámica movido por una simple apuesta.

Desde luego, es mucho mejor embarcarse en una apuesta así, hecha en el vacío, que quedarse en el cálculo utilitario de quien intenta planificar su vida como se escriben los asientos de un libro de contabilidad, con su debe y su haber. Todo lo que es noble y verdadero en la vida acaba dependiendo de una apuesta, o de una declaración de fe.

Claro que para ganarse el descanso merecido, hay que segar antes por la mañana… Eso nadie lo niega.


Cuando alguien dice “Cuidado con esta persona, que sabe latín” no puedo evitar acordarme de ti, que no sólo lo lees, sino que además sabes mantener conversación en esta lengua aparentemente muerta. ¿De dónde te surgió este interés?

No fue un interés lo que me llevó al latín, sino un deseo. Siempre tuve ganas de hacerlo, ya desde la adolescencia. Me surgió la oportunidad hace ya ocho o nueve años, con la ayuda de una compañera en el instituto, profesora de latín y griego… pero cuando empecé verdaderamente a aprenderlo fue cinco años atrás, en los cursos de verano de Vivarium Novum.

Hay gente que lo habla infinitamente mejor que yo, desde luego. El latín, en ese sentido, es como cualquier otra lengua, aunque hay una fuerte controversia académica entre aquellos que están de acuerdo con esto y los que no. En el fondo siempre la habido, en mayor o menor medida, incluso en tiempos de Erasmo. A mí, como se podrá entender por todo lo que llevo ya dicho, sólo me puede interesar aprender latín hablándolo, leyéndolo y, en definitiva, pensándolo; no de forma gramatical.

Por otra parte, con el latín se cumple doblemente la recomendación de leer a los autores en su lengua original, pues es especialmente difícil de traducir satisfactoriamente. O se traduce todo lo que expresa, y entonces la narración queda farragosa y artificial, o se intenta reflejar en el español su concisión y su fuerza con la misma naturalidad, y entonces sólo podemos decir la mitad de lo que dice el original. Hay pocas cosas comparables a leer a Virgilio en latín, sobre todo ciertos pasajes fugaces, en los que con tres pinceladas se describe un amanecer, o el sueño de las bestias del bosque por la noche, o los cascos de los caballos golpeando el suelo.

El clasicismo del latín, al menos en los grandes poetas, consiste en que la poesía no es misteriosa: no queda nada insinuado, todo está descrito. Pero está descrito de tal manera que la forma y estructura de las palabras se adapta perfectamente al contenido. El misterio de la gran poesía latina no está en su argumento (los argumentos, de hecho, suelen repetirse incansablemente en todos los poetas) sino en ese imposible equilibrio, en esa perfección que cada autor sabe conseguir a su manera. Tomemos a Lucrecio y su ‘De rerum natura’, ¡un libro de filosofía escrito íntegramente en verso! Pero no se deja nada en el tintero: todo está escrito con la mayor precisión. Y todo es hermoso. De hecho, no creo que haya un libro de filosofía que tenga un comienzo más hermoso que el suyo, con ese maravilloso himno a Venus. Lucrecio siguió la tradición de los presocráticos, que también escribían en verso, y supongo que el griego, en ese sentido, será una lengua parecida, incluso más perfecta que el latín, por lo que me dicen quienes la conocen. Pero la precisión que tiene el latín es algo prodigioso.


Háblame del Vivarium Novum

Vivarium Novum es una academia dedicada íntegramente a impartir una enseñanza de altísimo nivel en letras clásicas y humanismo a jóvenes de entre 16 y 25 años, durante uno o dos cursos completos. Para ello utilizan como únicas lenguas vehiculares el latín y griego clásicos, que comienzan a aprenderse desde el primer día mediante un método de inmersión completa. A través de ellas estudian autores clásicos y renacentistas, filosofía, música y poesía. Nadie puede hablar otra lengua que no sean esas dos. Los alumnos no pagan nada, todo se realiza a través de becas. Para financiarlas, la academia recibe varias ayudas e imparte unos cursos en verano a los que puede acudir, tras pagar la matrícula, todo el mundo que quiera, como yo hice en su momento.

Tengo desde entonces una fuerte amistad y admiración por sus profesores (no sé cuál de ellas supera a la otra).

 
La entrada a la Villa Falconieri, sede de la Academia Vivarium Novum



A los jóvenes se les dice que, a la hora de escoger una profesión, elijan algo que no pueda ser sustituido por un robot. ¿Vamos a ver un renacer de las humanidades, o un escenario más parecido al hedonismo de Wall-E, sumando la pesadilla recogida en 1984?

Y yo qué sé… Soy en cualquier caso del parecer de René Girard, que decía que la historia de occidente responde al patrón escatológico del libro del Apocalipsis, según el cual todo se va intensificando, lo bueno y lo malo. Así que, según eso, supongo que ocurrirá un poco de las dos cosas.


Eres un enamorado de Velázquez, y yo lo soy de Sorolla. Es cierto que para gustos los colores (nunca mejor dicho) pero, ¿puede haber cierta objetividad en el arte, aunque sea a nivel técnico?

La objetividad, aunque tiene la ventaja de que puede contar con el consenso universal, se queda siempre en la antesala de la verdad. Es una verdad empobrecida, o la verdad de los descreídos: aquello en lo que todos pueden estar de acuerdo sin ningún esfuerzo, sin tener que arriesgar nada con ello. La verdad no puede darse nunca en un terreno incontestable, siempre es polémica, por el simple hecho de que nos excede, no podemos abarcarla. Por eso necesita ser defendida. Verdad y libre albedrío van siempre de la mano. No así la objetividad.

Dado que soy de la opinión de que una obra de arte, si es buena, también es profundamente verdadera, para mí nunca puede quedarse en lo objetivo. Pero no porque no pueda haber nada objetivo en ella, o porque se pierda en la fantasía , sino porque va mucho más allá de la objetividad. Así que, sí: hay desde luego muchas cosas objetivas en el arte, entre ellas la técnica, pero nada que nos diga algo verdaderamente importante del arte. La pintura nunca ha sido una superficie plana en la que se disponen los colores con un cierto orden; me atrevería a decir que ni siquiera lo fue para Maurice Denis. Eso sería la muerte. A fin de cuentas, Goethe tituló sus memorias ‘Poesía y verdad’, no “Poesía y objetividad.”


Eres profesor de dibujo y pintura de adolescentes que cursan ESO. De forma voluntaria acudes al trabajo con traje y corbata. ¿Qué tipo de impacto crees que tienen este tipo de formalidades en personas que aún están formándose como personas? Y, por último: ¿qué consejos darías a padres de adolescentes (o a los que somos padres de futuros adolescentes)?

No creo que tenga ningún impacto. No deja de ser un gesto un poco vacío. Lo comencé a hacer cuando empecé a impartir la asignatura de Plástica en inglés. Los ayudantes de conversación venían más elegantes a clase que yo, que casi vestía igual que los alumnos. Sentí vergüenza. Me pareció que lo que estaba haciendo significaba una falta de respeto tanto por las clases como por mis alumnos; así que decidí encorbatarme yo también, y desde entonces ya me he acostumbrado. A los alumnos, lejos de extrañarles, les hace gracia.

No tengo ningún consejo para los padres. Yo no tengo hijos. Qué sabré yo de eso… Que las láminas de dibujo las compren mejor con margen.









Gracias a Mariona Gúmpert y a Nacho Escobar por esta fantástica colaboración.

Pueden seguir a Mariona en: 

Twitter: @MarionaGumpert

Instagram: @marionagumpert

martes, 5 de mayo de 2020

El arte del liderazgo


"Nos va la vida en recuperar algo tan sagrado como el valor de la palabra dada"





Íñigo Pirfano (Bilbao,1973) es director de orquesta, speaker, escritor y filósofo. Pueden acercarse a conocerle por cualquiera de esas facetas y una cosa les llevará a la otra. Como músico se ha formado en Austria y Alemania y ya de vuelta en la capital española fundó la Orquesta Académica de Madrid, que dirigió durante 15 años.
Recibió el Premio Liderazgo Joven, en 2012, por la Fundación Rafael del Pino y es el creador del proyecto A Kiss for All the World, dedicado a llevar la Novena Sinfonía de Beethoven a los más desfavorecidos. Les recomiendo encarecidamente una visita a la web del mismo y un vistazo a los documentales de los conciertos en los distintos países que ya han visitado.

Recuerdo que le "conocí" por una entrevista en prensa y me decidí a leer uno de sus libros (es autor de tres). Con semejante currículum a mí me inspiraba un temor reverencial pero en un alarde de audacia y de inconsciencia contacté con él. Y resultó que Íñigo es una persona accesible, ajeno a la fascinación que produce y que no duda en ayudar. Así que a lo largo de estos años jamás me ha contestado con desgana a un "Íñigo, qué leo", "Íñigo, qué escucho" o un "Íñigo, por qué la vida es así". Cuando no quiero que se aburra de mí me dedico a leerle o a escuchar sus conferencias.
Marca la diferencia como speaker porque, en el fondo, todos sabemos distinguir la autenticidad de la charlatanería. Si no tienen la oportunidad de verle en directo, las que encontrarán en YouTube son ilustrativas (y adictivas). No en vano, también es requerido en el extranjero.


Espero que esta entrevista les deje con ganas de profundizar porque es imposible abarcar todo lo que aporta en unas cuántas preguntas. Eso sí, no crean que les voy a recomendar ninguna obra clásica para que escuchen mientras le leen.
Queen.
You take my breath away.
Y un Pisco Sour.







Leyendo tus libros, tanto Ebrietas como los más “musicales” nos podemos dar cuenta de cómo integras perfectamente todas tus facetas, quizá porque no son áreas de conocimiento estancas y todas se retroalimentan, pero ¿cuál te llena más? ¿Te satisface más escribir, dirigir, impartir conferencias?

Me siento verdaderamente afortunado de poder cultivar todas esas facetas que mencionas. Obviamente, la que más me llena es la interpretación musical. De hecho, me considero un director de orquesta que escribe libros y da conferencias, no al revés. Sin embargo, no concibo mi carrera de intérprete sin esa parte especulativa y comunicativa. Como me gusta recordar, tanto la música como la filosofía consisten en la interpretación de textos; igual da que se trate de una sinfonía de Mahler que de una “Meditación metafísica” de Descartes. Como intérprete o como filósofo –como hermeneuta, en definitiva- he de extraer el mensaje profundo que ambas obras encierran, para transmitirlo en su original integridad a los hombres del siglo XXI. En mi trabajo como director de orquesta están presentes mis lecturas, reflexiones, conversaciones, etc. De igual manera, en mis libros y conferencias afloran muchas experiencias de mi actividad concertística. Ambas facetas se retroalimentan, como dices.









¿Qué te llevó a estudiar Filosofía? ¿Tenías ya clara tu vocación musical entonces? En definitiva, ¿sabías lo que hacías (Risas)?

No, no era consciente en absoluto de lo que hacía. ¡Bendita inconsciencia la de un joven de 18 años! Sólo sabía que quería dedicarme a las Humanidades en general (aunque sinceramente pienso que se me habría dado bien el ámbito empresarial). En el bachillerato tuve un profesor de filosofía con el conecté muy bien, a la vez que empecé a aficionarme al teatro, al cine, a la gran literatura… Pero enseguida me di cuenta de que no quería hacer de la filosofía mi profesión, mi modo de vida. La veía como un complemento perfecto a mi vocación musical, que empezó a florecer en aquella época. No fue fácil hacer compatible todo, pero ahora me doy cuenta de que el esfuerzo valió la pena.


De hecho, quería enlazar reflexiones filosóficas con tu faceta de speaker. Tus charlas son sobre todo acerca de liderazgo pero también sobre educación -los padres en el fondo ejercen un tipo de liderazgo-. Creo que has conseguido algo muy importante y es desligarte de la “charla motivacional del coach”. Frente a falsos gurús proponiendo eneagramas, sueles hablar del esfuerzo que cuesta todo aquello que merece la pena en la vida.

Me entusiasma hablar de realidades tan importantes y complejas como el liderazgo, la motivación, la inspiración, la gestión de equipos, etc., precisamente por lo que dices: porque son temas sobre los que se vierte demasiada palabra ociosa, demasiada verborrea insustancial. Lo primero que hay que dejar claro al hacer una propuesta honrada a este respecto, es que el ser humano no ha cambiado sustancialmente desde Génesis, 3. Sus sueños, anhelos, inquietudes, frustraciones, deseos, miserias y grandezas son las mismas. Mi visión del liderazgo –de un liderazgo real, que suscite una respuesta de adhesión gozosa a las propuestas del líder-, se apoya necesariamente en tres pilares: el trabajo bien hecho, la ejemplaridad y el servicio. A mi modo de ver, sólo desde esta perspectiva, el líder estará revestido de una autoridad auténtica; algo que no se puede fingir o impostar, y que, desde luego, no se adquiere asistiendo a charlas motivacionales o leyendo libros de autoayuda.


Se me ocurre que la “integridad” puede ser un compendio de esos tres pilares. Pero somos humanos, ¿qué hace el líder cuando se equivoca?

Hace unos días leí un artículo muy interesante sobre distintas figuras de la política actual. En él se explicaba, por ejemplo, cómo el liderazgo de mandatarios como Angela Merkel o Justin Trudeau se ha visto fortalecido ante la gestión de la crisis, porque han expuesto la verdad sin tapujos, transmitiendo mensajes duros y difíciles de asumir para el ciudadano. Reconocer el propio error o asumir el propio desconocimiento ante cuestiones complejas no tiene por qué mermar en absoluto la autoridad del líder. Es más, con no poca frecuencia la reafirman.


Sabes que te sigo desde hace años y creo que he visto prácticamente cada entrevista, conferencia o texto tuyo. Hay algo que admiro especialmente en ti, y es la templanza. Evidentemente la admiro porque yo, aunque intento contenerme, soy una falla valenciana. La pregunta es si es genética o algo que se trabaja.

No te dejes engañar por las apariencias… (ríe). Para interpretar bien a Beethoven o a Brahms, he de ser capaz de convertirme en fuego devastador, así que tal vez nos parecemos más de lo que piensas… (vuelve a reír). De todas maneras, tienes razón en que, cuando hablo en público, procuro aplicarme una buena dosis de auto-disciplina –ojalá fuera genético- para que mis ideas lleguen hasta el receptor suavemente, con serenidad, sin necesidad de levantar la voz ni de poner nervioso a nadie (como hacen algunos de los falsos gurús a los que mencionabas antes). Aunque no lo considero una técnica como tal, sí te puedo decir que gran parte de mis habilidades como comunicador las aprendí en mis años de estudiante universitario, en los que tuve la suerte de hacer mucho teatro en compañías amateurs, de la mano de grandes maestros. Un discurso sugerente, evocador y bien construido llega mejor cuando se comunica con la cadencia y la pausa necesarias. Además, en estos tiempos de agitación y estrés casi inevitables, la quietud y la compostura constituyen una necesidad, una especie de bálsamo. Para poder pensar sobre las cosas importantes de la vida, es menester salirse, siquiera por unos instantes, de su torbellino. Pero, insisto, ése es mi lado como speaker. Deberías venir a uno de mis conciertos para ver mi parte fallera.






Tienes toda la razón, estaba solo pensando en el trato contigo. He comprobado además estas semanas como algunas parlamentarias en debate han hecho uso de esa misma habilidad; discurso duro (por veraz) pero tono de voz respetuoso y sosegado.

Acabo de recordar que alguna vez hemos hablado de la transformación que sufres dirigiendo, casi como si estuvieras fuera de la sala y te hubieras transportado a un mundo que sólo tú conoces. Te lo pregunté porque, efectivamente, asistir a uno de tus conciertos está en mi lista de deseos desde hace tiempo pero se puede comprobar en cualquier grabación. ¿Es así? ¿Habitas otro mundo en esos momentos? ¿Eres capaz, además, de “tomar la temperatura del público” o no es algo que influya?


La virtud transformadora y purificadora –en el sentido aristotélico- que tiene la música, hace que, tanto los intérpretes como el público, experimentemos una especie de tránsito a un ámbito diferente del de los quehaceres cotidianos. Yo procuro transmitir este sentir a mis músicos y también al público. Cuando consigo transformarme a mí mismo en la obra que tengo que interpretar –lo que requiere una enorme entrega-, percibo claramente un altísimo grado de implicación de unos y otros. Después de semejante experiencia, cuesta trabajo regresar a la realidad mostrenca del día a día. Y esto es así porque el concierto no pertenece a la esfera del tiempo “chronos” (el de los veinte minutos que pasamos en la sala de espera del dentista), sino del tiempo “kairós”. Es un tiempo completamente diferente, aun cuando podamos decir que esa sinfonía de Mozart que acabamos de escuchar también dura veinte minutos. Los minutos en uno y otro caso no tienen nada que ver. El tiempo “kairós” es el tiempo del amor: un tiempo que, en rigor, no se puede medir. No es el mero flujo temporal en el que se desarrollan nuestras actividades, sino ese otro tiempo que reclama perdurabilidad (“desearía que este momento no terminara nunca” se dicen los que se aman). Así pues, un concierto es, en cierta manera, una promesa de inmortalidad.


Otra de tus características es la humildad, propia de los grandes. Me interesa mucho tu discurso acerca de la gestión del ego. Del propio y del ajeno, ya que lidias como director de orquesta con el de los artistas y yo estoy empezando a descubrir el de los escritores.

Te agradezco el cumplido, pero dudo que exista una persona realmente humilde en el mundo. Yo, al menos, te garantizo que no lo soy. Lo que sí te puedo asegurar es que siento una inclinación especial por los débiles, marginados y vulnerables, al tiempo que experimento una repugnancia natural hacia los arrogantes y altivos. La persona que se cree por encima de otra –por el motivo que sea- vive instalada en una patética falacia. Se puede decir que su vida no es más que una gran y triste mentira, sin importar nada los galardones o reconocimientos de que haya hecho acopio. No hay peor ignorante que el sabio que se lo cree (y aquí “sabio” se puede sustituir por “guapo”, “rico”, “sofisticado”, “exitoso”, “glamouroso” o cualesquiera atributos a la venta en Instagram). Si algo bueno se puede aprender de las peculiares circunstancias que está atravesando ahora mismo el mundo, es que la existencia es quebradiza, y que nuestros proyectos tienen la consistencia de un castillo de naipes: un golpe de aire los puede derribar en cualquier momento. Si de verdad fuéramos conscientes de esto, viviríamos en un permanente espíritu de agradecimiento por todo.


¿Cómo maneja un líder los egos dentro de un equipo?

Buena pregunta. Cuando hablo de esto en mis conferencias, me gusta dejar claro que no existen reglas fijas ni fórmulas mágicas. En primer lugar, es preciso tener mucha “mano izquierda” para hacer frente a todo tipo de conflictos, sin permitir que nos afecten más allá de lo deseable. También creo que los problemas de egos no han de ser resueltos, sino disueltos. Muchas veces bastará con esperar un tiempo prudencial y aplicar las medidas oportunas, para que los problemas desaparezcan por sí solos. Habrá otras ocasiones –las menos-, en que esa o esas personas no respondan al tratamiento y continúen comportándose de manera tóxica. En esos casos, como se hace con la salud del cuerpo, no quedará más remedio que cercenar el miembro corrupto. Éste será, naturalmente, el último recurso, después de haber puesto todos los medios razonables. Pero, como te digo, no existe ningún prontuario de recetas para los problemas relacionados con los egos en las organizaciones. Sinceridad, fortaleza y educación son tres claves para el éxito en las relaciones humanas.


Algo que me abruma a veces es mi propio desconocimiento o “todo lo que me falta por saber”, un poco a la manera socrática si quieres . Tú abogas siempre por la formación y la lectura, pero, en tu liga, ¿te ha pasado?

Eso que te abruma –a la manera socrática- es un signo de sabiduría. Creo que le sucede a cualquier persona con una pizca de sensibilidad y capacidad de reflexión. Italo Calvino decía que la vida no es suficientemente larga para leer todo lo imprescindible. Y Borges, que las bibliografías no son sino “catálogos de ausencias”. Llegados a este punto, la referencia al non multa, sed multum de Plinio el Joven parece inevitable. La erudición en sí misma no vale nada: oropeles adornando una condición constitutivamente efímera; paja que arrebata el viento. Lo importante es lo siguiente: al igual que en la vida uno elige a sus amigos –pocos y buenos-, así también ha de elegir a sus autores: esos otros amigos –científicos, literatos, filósofos, artistas- con los que compartir la propia intimidad. Pero el camino de la formación conduce a un final que se identifica con su comienzo: la sabiduría del balbuceo, el reencuentro con el niño que nunca debimos dejar de ser. Sabia ignorancia; ignorante sabiduría.


Bien, en ese “camino a la formación” te quería pillar. Hace poco, un joven amigo me pidió referencias de lecturas. La alegría es constatar que hay jóvenes conscientes de que han de hacerse cargo de su propia formación y no dejarla a “la universidad” o a los medios de comunicación. Yo le pasé unas cuantas conferencias tuyas y le dije que las escuchara con papel y boli. También le dije que te preguntaría. Así pues, qué lecturas recomendarías con tal propósito y cuales le dirías a tu yo de 20 años que son totalmente prescindibles.

Como dejemos la propia formación en manos de la universidad -¿sigue existiendo?- o de los medios de comunicación, nos espera un futuro muy poco alentador. Pues sí, me has pillado, porque la lista de recomendaciones sería larga y muy personal. A mí me interesa mucho tanto la literatura alemana –desde Goethe hasta Dürrenmatt- como la latinoamericana (García Márquez, Rulfo, Cortázar, Borges…), pero entiendo que de gustibus non est disputandum. Sin embargo, hay autores que necesariamente hay que haber leído para tener una visión más profunda de la existencia humana: Homero, Platón, Virgilio, Agustín de Hipona, Dante, Cervantes, Shakespeare, Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Lope, Calderón…, Conrad, Melville, Dostoievsky, Kafka… (uff). Me remito a la cita de Borges de la pregunta anterior.


Una pregunta más en este sentido es por dónde empezar con Scruton, me temo que el discurso sobre los pensadores de la izquierda posmoderna (El orgullo y el error) es un poco denso para profanos…

Yo empezaría por “La Belleza” o por “El alma del mundo”. También tiene un libro sencillo y muy original sobre el fascinante mundo del vino: “Bebo, luego existo”. Y recientemente he leído un fantástico ensayo –sutil, elegante, profundo- de una discípula suya -Alicja Gescinska-, titulado “La música como hogar”.


Otro de tus grandes discursos es aquel que define “lo que inspira”, dejando claro que tiene poco que ver con lo epidérmico, lo que pone la piel de gallina, pero mucho con lo que es capaz de transformar. ¿Qué o quién te inspira a ti?

Yo he tenido la suerte de contar con un modelo muy cercano, del que he recibido prácticamente todo cuanto soy, profesional y personalmente. Ese modelo es mi padre. Sin necesidad de expresarlo con palabras, su existencia fue para mí una fuente de inspiración a la que acudo una y otra vez: siempre que encuentro alguna dificultad a la hora de conciliar las diferentes facetas de la vida. Porque mi padre fue un director de orquesta completamente enamorado de su trabajo. Sus interpretaciones -como me lo han corroborado muchos instrumentistas que trabajaron con él- eran apasionadas y sinceras. Su entrega era total. Sin embargo, cuando en la balanza de la vida tuvo que elegir entre su brillante carrera internacional y la atención a su dilatada familia –soy el séptimo de ocho hijos-, no dudó en renunciar a lo primero para dedicarse a lo segundo en cuerpo y alma. Ésta es la cátedra en la que yo he tenido la fortuna de formarme.


Hace tiempo leí a Juan Manuel de Prada algo que me enfrentó a una realidad a la que yo no había puesto nombre. No cito literalmente pero decía algo así como que a cierta edad llega un momento en que todos debemos abandonar los sueños de juventud y dedicarnos a gestionar la realidad que tenemos entre manos. Creo que es un poco establecer las prioridades de las que hablas con el caso de tu padre, ¿quizá se trate, en la madurez, de redefinir el concepto de éxito que tenemos cuando somos jóvenes?

Pero también a acomodar expectativas a capacidades cuando está claro que no vas a ser el próximo Mozart, Cervantes, o lo que sea ¿no?

Estoy de acuerdo en que aceptar sobriamente la realidad es una premisa básica para llevar una vida auténtica y real. Pero no veo por qué eso deba estar reñido con la capacidad de soñar… Un soñador que nunca tiene los pies en la tierra seguramente terminará siendo un loco o un visionario. Pero casi lo prefiero a la castrante practicidad del que ha dejado de soñar. Uno de los grandes problemas del mundo de hoy es que falta poesía. Por eso hay tantas personas adultas, esto es, tristes, insomnes. Creo que nos iría mucho mejor si consiguiéramos ver gigantes donde todos se empecinan en demostrarnos que no hay más que molinos. Por tomar el ejemplo que mencionas: Mozart y Cervantes no se propusieron ser Mozart y Cervantes, puesto que no hubo ningún Mozart y Cervantes previo con el que compararse. Sencillamente lo fueron; fueron ellos mismos. Fueron auténticos. No hay que compararse con nadie para hacer de nuestra vida algo asombroso, irrepetible en el sentido literal del término. A veces ese paso a la vida adulta no es más que un cómodo reducto en el que esconder la propia frustración, por no haber luchado lo suficiente. En la vida, uno tiene que dar lo mejor de sí, sea mucho o poco -¿a los ojos de quién?- y olvidarse de otras consideraciones. Creo que ésta es una de las fórmulas para alcanzar una vida lograda.


Nos has contado que Mahler encontraba las respuestas a las grandes preguntas de la vida cuando dirigía música. Que, de hecho, desparecían las preguntas. ¿Te ha pasado?

Se suele decir que la música es el lenguaje más universal que existe. A mí esta definición me parece tan cierta como pobre. Porque la música es mucho más que un lenguaje: es una vía de conocimiento. A través de la música, conozco mejor el mundo, a los demás y a mí mismo. La música da respuesta a las cuestiones que más nos afectan y más nos preocupan a los seres humanos: las que tienen que ver con el amor, la muerte y la trascendencia. Mahler hablaba de esa “luz” y de esas “respuestas” en el año 1909, es decir, al poco tiempo de perder a su hija más querida y de descubrir que su mujer Alma lo estaba engañando. Un hombre con el corazón destrozado y con una sensibilidad como la suya, que se expresa en esos términos… Francamente, creo que es algo que nos debería hacer pensar. La música tiene la capacidad de retrotraernos a lo más genuinamente personal de nosotros mismos si tenemos la valentía de hacer frente a sus interrogantes. Es como un espejo en el que poder descubrir la verdadera imagen de quien soy realmente. La imagen de quien soy me puede ayudar a formar la imagen de quien quiero llegar a ser. Por eso la música me puede ayudar a ser mejor persona.






Creo que Resurrección es una de tus obras preferidas. Mahler empieza haciéndose preguntas y termina encontrando la respuesta en el último movimiento de la Sinfonía. La vida después de la muerte. Sin embargo, vivió atormentado por las grandes cuestiones del hombre: la vida, la muerte, el amor y la trascendencia, si no me equivoco. ¿Cómo se prepara uno para dirigir algo tan grande? ¿No te sientes ante un abismo?

Absolutamente. Lo primero que siento cuando tengo que dirigir una partitura de esta envergadura es una especie de temor reverencial y de vértigo. Creo que éste es el punto de partida correcto para poder llegar a interpretarla bien. Dejadas a un lado todas las cuestiones técnicas –se trata de una obra muy difícil de dirigir-, comienza entonces el proceso de lo que podríamos llamar el “auto-vaciamiento” del artista. Desde lo poético, Mahler nos muestra la fractura del hombre moderno: esa orgía autorreferencial de la Viena del fin de siglo, que abarrotó la recién inaugurada consulta del Dr. Freud. Un mundo de frivolidad, disolución y neurosis que –acompañado de graves conflictos sociopolíticos-, conduciría a las guerras mundiales, a la cámara de gas y al Gulag. Para que este grito desgarrado llegue hasta el público y lo conmueva, como intérprete he de hacerlo mío. Tengo que desaparecer yo para poder convertirme en esa voz. He de asumir el sufrimiento de tantos inocentes para que mi mirada se identifique con la suya. Te puedo asegurar que se trata de un proceso doloroso y gozoso a la vez. Difícil de entender, tal vez, para el que no lo haya experimentado nunca.



Alguna vez te he oído contar que la dirección de orquesta se aprende pero no se enseña, ¿ocurre igual con la grandeza o con la profundidad? Tienes algunas premisas acerca de cómo crear la propia grandeza…

El gran director de orquesta Bruno Walter –discípulo y amigo personal del citado Gustav Mahler- decía que la práctica de la interpretación musical se podía resumir en lo siguiente: tener grandeza para transmitir grandeza. Resulta evidente que esa grandeza personal que el intérprete ha de aportar, no se enseña en ningún conservatorio, academia o universidad. Es algo que se va adquiriendo –o no- en lo que podríamos llamar la escuela de la vida. Tiene mucho que ver con el modo de conducirnos, de mirar a los demás; con ese espacio interior que define nuestro yo más íntimo. La grandeza personal requiere que alimentemos ese reducto interior con lecturas, música, reflexión, cuidado de los demás, conversación, escucha activa, amor, silencio… Todo eso nos va haciendo ricos por dentro y amables, esto es: capaces de amar y dignos de ser amados.



Vamos con el amor; es muy evocadora la imagen (tuya) de la puerta con un solo picaporte a la que sólo se puede invitar a entrar. Y se hace en función de cómo esté configurado el núcleo del yo interior de cómo se haya nutrido. Sin embargo, yo creo que amamos de forma aspiracional, amamos lo que admiramos.

¿Quién se atrevería a definir el amor? Los escolásticos decían que nada puede ser deseado –o amado- si antes no se ha conocido (nihil volitum nisi praecognitum). La verdadera sabiduría, en su sentido etimológico de ”sápida scientia”: ciencia sabrosa, consiste en llegar a paladear nuestra verdad más íntima, la razón por la que nos levantamos cada mañana. ¿Para qué estamos en el mundo? La respuesta, a mi modo de ver, es clara: para amar. Para amar y ser amados. Aquél que ama ha encontrado el sentido de todo y es feliz, aun cuando pueda llevar una vida surcada de dificultades y tribulaciones. El que no sabe amar, se agita inútilmente en busca de certezas y consuelos que nunca podrá encontrar, aunque disponga de todo tipo de comodidades y placeres. Y es que el amor –y éste es el quid de la cuestión- vive en el seno de una paradoja: sólo se adquiere y se acrecienta cuando se derrocha, cuando se malgasta. En la auto-negación y en la entrega generosa al otro (al marido, a la esposa, al hermano, a la madre, al marginado, al que no piensa como tú, al que te acaba de quitar el sitio para aparcar…).


Y por ende una vez “elegido”, depende mucho de la voluntad y no tanto de los sentimientos…

De las dos cosas. Tan malo es el sentimiento sin voluntad como lo contrario. Tal vez lo más grande que tiene el ser humano es su capacidad para empeñar su palabra. Soy consciente de que esto no está precisamente de moda. La palabra “compromiso” ha desaparecido del diccionario del hombre del siglo XXI. Preferimos la ilusión de la libertad –la indeterminación a ultranza, la carencia total de vínculos- a la libertad real de asumir con madurez y responsabilidad las decisiones tomadas. Sin embargo, esa borrachera de la libertad a cualquier precio, enseguida se revela estéril. El propio Gide –en un alarde de honestidad desconocido en él- lo constataba amargamente en su diario: “el drama consiste en que nunca nos podremos emborrachar suficientemente”. No sé cómo, pero, quienes aún creemos en el ser humano y su dignidad, debemos recuperar algo tan sagrado como el valor de la palabra dada. Nos va la vida en ello.



Me gusta mucho la anécdota que cuentas a veces de tu padre sobre el poder transformador de la música. No sé si fue la que inspiró el proyecto de A Kiss for All the World, sin embargo, estoy convencida de que es lo que conseguiste. Imagino que valió la pena aunque solo una persona hubiera salido sacudida por dentro.

Con el proyecto ‘A Kiss for All the World" he conseguido reunir mis dos pasiones: las personas –en especial, las más vulnerables- y la música. Gracias a esta maravillosa iniciativa, he tenido la suerte de comprobar –realmente, no de modo teórico- el efecto que la gran música produce en los corazones. He visto cómo no es necesaria una gran preparación ni una vasta formación cultural para que el mensaje transformador de la 9ª Sinfonía de Beethoven llegue hasta las personas más desfavorecidas del planeta, y las transforme, llenándolas de luz y de consuelo. Después de estas actuaciones tan especiales no eran necesarias las palabras. Los internos de una prisión en Colombia; los pacientes de un hospital oncológico en Panamá; los niños de un orfanato en el Congo; los habitantes de un campo de refugiados en Alemania. Todos ellos se acercaban a nosotros con lágrimas en los ojos y nos decían “gracias”. Sólo eso. Para un artista no debe haber satisfacción mayor.

El vídeo del concierto en el hospital oncológico me llegó al alma. Quizá necesitemos una 9ª en la Plaza Mayor cuando acabe esto, para recomponernos, Íñigo. Piénsalo.

Lo haré.




Muchas gracias, Íñigo, por tu generosidad, tu tiempo y tu paciencia. Es un privilegio tenerte a "tiro".


Les dejo toda la información necesaria para que puedan seguirle:

A Kiss for All the World

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miércoles, 1 de abril de 2020

El arte de la Aviación (II)

Si no leyeron la primera parte de la entrevista al comandante Carlos Borges o llegan ahora a esta serie, les dejo el enlace AQUÍ.







El otro día, a cuenta del incidente del avión canadiense y sus problemas con el tren de aterrizaje me contabas que recientemente habías tenido que abortar un despegue justo antes de salir hacia Miami desde Medio Oriente porque murió una pasajera tailandesa. ¿Cómo ves la globalización y el multiculturalismo?

Recuerdo bien lo que ocurrió. No llegamos a despegar porque el Jefe de Cabina me llamó para decir: "Captain, no puedo despertar a la pasajera del asiento 4K, de ningún modo"...¿te imaginas? La pobre había fallecido en el rodaje. Un derrame. Y menos mal que no fue media hora después, ya en el aire, con 316 Toneladas de peso, 18 horas de combustible y el avión hasta las trancas de pasajeros y carga. Habría sido complicado aterrizar en ese momento. Parecido al Air Canada que comentas de Madrid. Estas cosas ocurren cada cierto tiempo, sólo es cuestión de estadística.

Respecto a la pregunta, da vértigo comprobar cómo se está transformando el mundo para bien, y para no tan bien. Cuando estudiaba en la Academia, las cartas tardaban 2 o 3 días en llegar de Murcia a Madrid, esos 450 km eran una distancia infinita, viajar a Francia o Canarias una aventura, y comer en un vietnamita o cruzarte con un chino o un subsahariano en provincias era algo raro y exótico. Hoy lo raro es ver españoles por el centro (ironía ON).

Y aquí voy a hacer mi reflexión personal sobre el multiculturalismo. Yo no puedo ni pretendo juzgar uno a uno a los seres humanos. He visto mujeres sudasiáticas luchando como fieras para dar de comer a su prole bajo el diluvio universal, europeos haciendo el ridículo por las calles de Tailandia, filipinos y nepalíes en Qatar esclavizados, niños héroes en África cuidando de sus hermanos, o víctimas del Agente Naranja en Saigón... considerados uno a uno, hay de todo en el planeta. Pero como Cultura (con mayúsculas), en términos de tolerancia, respeto al prójimo, a los animales, a la naturaleza, a la mujer, a la infancia, a los débiles, en cuanto a libertades básicas, etc... tengo que decir que la cultura occidental y en especial la europea, está años luz por delante del resto. Muy por delante. Y con el multiculturalismo, lo siento, casi siempre perdemos calidad. Pangolines aparte.


Antes hablabas de García-Morato. Le cito: “Estoy regido por un vicio y por un ideal: El vicio de las emociones y el ideal de la Patria dentro de nuestra Religión”. Te gusta mucho la Historia, eres un apasionado de España y tienes una Fe envidiable. Son momentos duros para todo eso.

En particular me apasiona la Historia de España, desde la Reconquista hasta finales del Siglo XIX; un periodo que produjo una cantidad tal de héroes, artistas, santos, escritores, aventureros, conquistadores, emperadores, capitanes de los Tercios, batallas épicas, descubrimientos, médicos, científicos, expediciones, inventos, hazañas bélicas...que darían para cubrir la filmografía de Hollywood por décadas. Y absolutamente carente de parangón en ningún otro país o época del planeta. La gesta del Descubrimiento y Conquista de América, sin ir más lejos, debería estudiarse en todos los libros de Historia del mundo (con todas sus lagunas y excepciones), como un ejemplo de acercamiento de naciones, hermandad entre pueblos, enriquecimiento de culturas, intercambio de razas...y liderazgo político, militar y diplomático.

Y no es que antes o después, o fuera de nuestras fronteras no se hayan dado cientos de casos más, como es lógico pero es que la fábrica de personajes admirables y acontecimientos memorables que aportó a la Humanidad la España de aquellos tiempos, es casi inabarcable. Y lo que más me llama la atención (y me indigna), es la manera tan ramplona y absurda en que los propios españoles despreciamos nuestra Historia y nos olvidamos de nuestros héroes, en una mezcla de complejo provinciano, falta de información (cuando no de cultura básica), y aceptación de una abyecta Leyenda Negra impuesta desde fuera por los más acérrimos enemigos de España. Es Patético.

Solo recientemente se está empezando a reivindicar el orgullo y la memoria de la verdadera Historia de España, la Reconquista, el Descubrimiento, el Imperio, las gestas de sus Tercios y sus almirantes por todo el globo terráqueo...por parte de unos cuantos intelectuales liderados tímidamente al principio por el historiador Luis Suárez, y últimamente con mucho más éxito por María Elvira Roca Barea, de imprescindible lectura.

Con las creencias religiosas pasa algo parecido, está bien la Fe del carbonero, pero con la cantidad de ataques perfectamente orquestados y fundamentados que recibe el cristiano (y especialmente el católico) en todos los frentes sociales y profesionales, hay que cimentar bastante los argumentos, estar preparados para dar la batalla, y no tener vergüenza por darla en cualquier foro. Aunque no sea popular hacerlo.

El traje de la Primera Comunión ya no te sirve, ¿verdad? Pues de igual manera los argumentos que usábamos de niños se nos han quedado pequeños; hay que crecer en la Fe. Los razonamientos y las creencias deben valer para gente mayor, la batalla es dura y requiere armas contundentes. El ambiente acompaña más bien poco. Hay que prepararse mucho y bien.
España es una suerte de contraste continuo, capaz de lo mejor y de lo peor. El español es indómito, bravo, peleón, muy cainita y el ser más miserable o más admirable del mundo al 50%. Un país absolutamente pendular. Como bien dices tu, estos son momentos duros para patriotas y creyentes. La parte buena es que el reto es mayúsculo, y eso siempre ha sacado lo mejor de cada García Morato, Pelayo, Blas de Lezo, o Reina Isabel que llevamos dentro.


También te gusta mucho la estética de aviación de los 50, las pin ups… Desde luego, se ha perdido notablemente el glamour que rodea al mundillo y no creo que sea exclusivamente culpa de las low cost. No sé si has visto la serie Pan Am (La trama es alrededor de las peripecias de una azafatas de Pan American Airways en la década de los 60). Yo la vi en una sola noche, y no es que valga gran cosas argumentalmente pero la elegancia, el ambiente, la belleza que rodea a la época es insuperable.

Los 50 fueron una década estéticamente maravillosa, en todos los sentidos. Me encanta. Todo lo que les rodeaba, las cafeterías, los descapotables, los contrastes de colores, las gafas de sol, las peluquerías de caballeros, la moda, los escaparates, los sombreros, las hombreras, las motos, y hasta la música tenían una impronta especial. El Nueva York o París que visito hoy solo son un vago recuerdo descafeinado de aquello. De nuevo el globalismo rompiendo identidades.




Las mujeres destilaban glamour y feminidad. Iban rebosando estilazo, al vestir, al caminar, al bailar y por supuesto cuando tocaba vacilarle a un hombre. Pero es que hasta en la cocina estaban impecables! Por cierto estupendamente decoradas. Eran feministas o no, pero con clase, sin perder estilo (sobran comparaciones con Almeidas o Monteras). Hasta fumaban con glamour. Las Audrey Hepburn, Ava Gadner, Rita Hayworth, Lauren Bacall... son irrepetibles. Divas. Y todas las imitaban.

También los hombres, por descontado, eran muy elegantes vistiendo, conduciendo, trabajando, y cómo no peleando entre ellos. Y por descontado en el trato a la mujer. Qué decir de Cary Grant, Marlon Brando, Gary Cooper, o Bogart... en su época, claro, pero unos Señores.

La Aviación se contagió de todo aquel sueño hasta el tuétano. Lo ves en la serie Pan Am, pero también en Memphis Belle, El Aviador, Pearl Harbour, o las dedicadas a una pionera de la Aviación como Amelia Earhart...las carlingas hasta arriba de palancas, las magnetos, el sonido de los pistones, las cazadoras, las botas, las bufandas, y toda una estética alrededor del vuelo que lo hace todo aún más romántico. Mi padre lo vivió de cerca...normal que se hiciera Aviador.

Y por supuesto las Pin Ups (los aviones llevaban las suyas), eran un plus. Me gustan las de Gil Elvgren, una mezcla de inocencia y picardía muy elegante. Echales un ojo, tienen mucha gracia.







¿Disfrutas las pelis de aviación? Tengo entendido que Top Gun se rodó para reclutar jóvenes, hace poco hablamos en una de las entrevistas de Sully, hay mil bélicas (Memphis Belle, Barón Rojo, Tora, Tora), por no hablar del género de terror….

Es evidente que sí, me fascinaron desde pequeño. Top Gun, siendo una fantasmada, tiene escenas reales en vuelo impresionantes. Nos marcó a toda una generación. Alguna vez me escapé de casa con uno de mis hermanos para ver La Batalla de Midway, o la Batalla de Inglaterra, en parte rodada en España con aviones Messerschmitt 109 (que solo quedaban en nuestro país cuando se rodó). Muy friki, lo sé.

Tengo que mencionar Memorias de Africa, que sin ser una película estrictamente aeronáutica, nos regala imágenes de un biplano en vuelo sobre la costa de Kenya que son una delicia. Cuando años más tarde volé al atardecer sobre Mombasa y Malindi, pude saborear esa sensación única de rebanar los paisajes africanos con los flamencos volando bajo mi avión.





Barón Rojo me gusta porque se muestran las cualidades humanas de los pilotos de la IGM, sus miedos, sus angustias, las amistades, las pasiones y los retos personales. El Aviador también entra bastante en lo personal y humano del personaje.

Y es que detrás del aura que rodea esta profesión peculiar, hay seres humanos como los demás, con familias, problemas personales, desafíos, incertidumbres, noches oscuras, e incluso depresiones. No somos especiales, ni mucho menos, ni superhombres... sólo apasionados de lo nuestro. A veces monotemáticos. Lo notas enseguida cuando hablas con un piloto y siempre reconduce la conversación. Hace poco vi un chiste en el que el cura, en medio del funeral, acaba preguntando a los asistentes si alguien tenía algo que decir:

"Sí. Que soy piloto", responde uno. (No pudo evitarlo...)

Los reportajes sobre accidentes aéreos (los encuentras en Youtube: Air Crash Investigation), dejan al desnudo la gran cantidad de errores que cometemos, nuestras limitaciones y debilidades, la fatal complacencia (exceso de confianza), y también las grandes presiones a las que nos vemos sometidos muchas veces tanto los pilotos militares como los comerciales. Sobre todo a sabiendas de que (más estos últimos), de la noche a la mañana nos podemos ver ante un tribunal respondiendo cuestiones muy técnicas pero a la vez muy subjetivas, acerca de decisiones que tomas en segundos, pero que pueden llevar a una gran perdida material o lo que es peor, en vidas humanas. Fuegos, fallos de motor, descompresiones, fallos de tren, cizalladuras de viento...Y todo grabado en cabina, sin lugar a excusas. Tu licencia en juego en cada vuelo. Y tu medio de vida. Por mucho que entrenes.

Una película reciente que mencionas refleja muy bien este aspecto de la aviación: "Sully", basada en hechos reales. El Capitán Sullenberger lo hace todo perfecto tras perder los dos motores despegando su A320 del JFK. Acaba amerizando en el Río Hudson, y salvando 155 vidas...y aún así casi pierde su trabajo y da con sus huesos en la cárcel. Le salva apelar al factor humano: el tiempo mínimo de reacción que el cerebro necesita (y que en todos los cursos te enseñan), cuando la amígdala se hace con los mandos de tu cabeza en un escenario de susto inesperado. Reproducirlo en el simulador era muy sencillo...pero en la vida real es otra cosa. No somos robots, necesitamos obtener mucha información y cierto tiempo para procesarla. Sabemos que nadie nos va a respaldar en una situación así. Van a buscar una cabeza de turco (la tuya). Y eso da respeto.


En la actualidad estás volando un “pepino” alucinante, el A350. ¿Te quedan retos profesionales por cumplir?

La verdad es que con el A350 XWB (Extra Wide Body) los de Airbus se lucieron en todos los aspectos. Es lo más avanzado que existe tecnológicamente, en eficiencia de combustible, ruido, aviónica, comodidad, amplitud, iluminación, etc. Y la línea aerodinámica es una belleza. A piece of cake, dicen por aquí. El sueño de cualquier piloto.

Yo estaba acostumbrado a aviones de medio alcance, pero los números de este portento me alucinan. Sólo el peso del combustible que carga ya excede con mucho el peso máximo al despegue de cualquier otro aeroplano que haya pilotado antes. Tiene 65 metros de envergadura y la longitud de tres piscinas seguidas de 25 metros cada una. El timón de cola es como una pista de tenis. Vuelos de 17 horas desde Medio Oriente a la costa oeste americana siguiendo la ruta polar, con 300 y pico pasajeros a bordo y a Mach 0.85 es algo que nunca esperé llegar a realizar. Y menos como Comandante. Con todo su jet lag y su estrés por momentos...pero voy feliz a trabajar. Me siento como Howard Hughes con su juguete favorito en "El Aviador".


Ahora bien, la tecnología es tan avanzada en cada detalle del 350, es tan preciso, tan redundante, tan seguro...que realmente a pesar de la fascinación, no supone un reto en sí mayor que volar otras aeronaves. Una vez que te haces con las dimensiones y los números, en realidad es fácil de volar. Y por supuesto de navegar.



 
A350 sobrevolando West Bay, Doha



Me supuso un mayor desafío llevar un avión de hélice desde Madrid a Melbourne en Australia, tras 9 escalas y 15 días de travesía cuando volaba en el Ejército del Aire, para hacer exhibiciones en un festival aéreo. Sin GPS ni Inerciales laser. Esa experiencia se pareció más a las grandes travesías de los pioneros de la aviación tipo el Madrid-Manila, o el raid Sevilla-Camagüey de los años 30... aquello sí que suponía un riesgo permanente de dejarte los dientes en cualquier campo. O hacer vuelos por la Antártida en el biturbohélice Twin Otter, donde las ventiscas te ciegan y ni siquiera las brújulas encuentran el Norte.

Pero fíjate que al final, cuando lo piensas, ves que el reto también es tu vida personal: meter a tus seres queridos en esta ecuación "trigonometricoesférica" es complicado. Primero ubicar un lugar al que puedas llamar hogar, con una mudanza cada dos años y en tierras extrañas. Y por supuesto el sacrificio de la familia que te sigue a todas partes...les guste o no, Vietnam o el Golfo Pérsico, sus culturas y sus costumbres. Es verdad que enriquece, pero hay que decir que las mujeres de los pilotos son realmente heroínas desconocidas.

Te pierdes muchas Navidades, muchos cumpleaños, veranos con tus hijos que no recuperarás nunca,...incluso algún fallecimiento. De hecho, la familia se resiente de algún modo, lo quieras o no. Para ti son solo daños colaterales, pero para ellos es un cambio drástico en el modo de vida. A veces inasumible.

Esos son los retos. A los que se suman ahora los malos tiempos para la lírica y para las aventuras. Y sí, las low cost que acabaron con el glamour de la vida aeronáutica. Seguimos resistiendo. 


Ray Ban nos ha convencido de que tenemos todos pinta de pilotos con su modelo "Aviador"...sin embargo, me parece haberte oído alguna vez que usas American Optical, ¿es así? 

Sigo usando American Optical, al estilo tradicional de la USAF. Son un toque vintage de mi pasado militar en Torrejón. 

Eso sí, las gafas no hacen al piloto. El atrezzo hay que completarlo con mucha humildad, sangre fría, compañerismo en vena, algunas canas testigo de tus sustos... y un buen hueco entre hombro y cuello donde poder llorar si hace falta. Volvemos a Calderón de la Barca:

"...porque aquí a lo que sospecho, no adorna el vestido al pecho, que el pecho adorna al vestido." 


Carlos en cockpit



Gracias, Espe, espero no haber aburrido en exceso a tus lectores. Ojalá les ayude pasar mejor estas terribles horas de desierto emocional. Te agradezco la oportunidad y la confianza de poder contaros las entrañas de este Arte tan apasionante, y a veces tan desconocido...

Nos vemos a bordo!


Gracias a ti, Carlos. Ha sido una gran experiencia. 
Si alguna vez viajan en avión y les saluda por megafonía el capitán Carlos Borges, quizá puedan convencerle para que les enseñe la cabina. Van de mi parte.