martes, 5 de mayo de 2020

El arte del liderazgo


"Nos va la vida en recuperar algo tan sagrado como el valor de la palabra dada"





Íñigo Pirfano (Bilbao,1973) es director de orquesta, speaker, escritor y filósofo. Pueden acercarse a conocerle por cualquiera de esas facetas y una cosa les llevará a la otra. Como músico se ha formado en Austria y Alemania y ya de vuelta en la capital española fundó la Orquesta Académica de Madrid, que dirigió durante 15 años.
Recibió el Premio Liderazgo Joven, en 2012, por la Fundación Rafael del Pino y es el creador del proyecto A Kiss for All the World, dedicado a llevar la Novena Sinfonía de Beethoven a los más desfavorecidos. Les recomiendo encarecidamente una visita a la web del mismo y un vistazo a los documentales de los conciertos en los distintos países que ya han visitado.

Recuerdo que le "conocí" por una entrevista en prensa y me decidí a leer uno de sus libros (es autor de tres). Con semejante currículum a mí me inspiraba un temor reverencial pero en un alarde de audacia y de inconsciencia contacté con él. Y resultó que Íñigo es una persona accesible, ajeno a la fascinación que produce y que no duda en ayudar. Así que a lo largo de estos años jamás me ha contestado con desgana a un "Íñigo, qué leo", "Íñigo, qué escucho" o un "Íñigo, por qué la vida es así". Cuando no quiero que se aburra de mí me dedico a leerle o a escuchar sus conferencias.
Marca la diferencia como speaker porque, en el fondo, todos sabemos distinguir la autenticidad de la charlatanería. Si no tienen la oportunidad de verle en directo, las que encontrarán en YouTube son ilustrativas (y adictivas). No en vano, también es requerido en el extranjero.


Espero que esta entrevista les deje con ganas de profundizar porque es imposible abarcar todo lo que aporta en unas cuántas preguntas. Eso sí, no crean que les voy a recomendar ninguna obra clásica para que escuchen mientras le leen.
Queen.
You take my breath away.
Y un Pisco Sour.







Leyendo tus libros, tanto Ebrietas como los más “musicales” nos podemos dar cuenta de cómo integras perfectamente todas tus facetas, quizá porque no son áreas de conocimiento estancas y todas se retroalimentan, pero ¿cuál te llena más? ¿Te satisface más escribir, dirigir, impartir conferencias?

Me siento verdaderamente afortunado de poder cultivar todas esas facetas que mencionas. Obviamente, la que más me llena es la interpretación musical. De hecho, me considero un director de orquesta que escribe libros y da conferencias, no al revés. Sin embargo, no concibo mi carrera de intérprete sin esa parte especulativa y comunicativa. Como me gusta recordar, tanto la música como la filosofía consisten en la interpretación de textos; igual da que se trate de una sinfonía de Mahler que de una “Meditación metafísica” de Descartes. Como intérprete o como filósofo –como hermeneuta, en definitiva- he de extraer el mensaje profundo que ambas obras encierran, para transmitirlo en su original integridad a los hombres del siglo XXI. En mi trabajo como director de orquesta están presentes mis lecturas, reflexiones, conversaciones, etc. De igual manera, en mis libros y conferencias afloran muchas experiencias de mi actividad concertística. Ambas facetas se retroalimentan, como dices.









¿Qué te llevó a estudiar Filosofía? ¿Tenías ya clara tu vocación musical entonces? En definitiva, ¿sabías lo que hacías (Risas)?

No, no era consciente en absoluto de lo que hacía. ¡Bendita inconsciencia la de un joven de 18 años! Sólo sabía que quería dedicarme a las Humanidades en general (aunque sinceramente pienso que se me habría dado bien el ámbito empresarial). En el bachillerato tuve un profesor de filosofía con el conecté muy bien, a la vez que empecé a aficionarme al teatro, al cine, a la gran literatura… Pero enseguida me di cuenta de que no quería hacer de la filosofía mi profesión, mi modo de vida. La veía como un complemento perfecto a mi vocación musical, que empezó a florecer en aquella época. No fue fácil hacer compatible todo, pero ahora me doy cuenta de que el esfuerzo valió la pena.


De hecho, quería enlazar reflexiones filosóficas con tu faceta de speaker. Tus charlas son sobre todo acerca de liderazgo pero también sobre educación -los padres en el fondo ejercen un tipo de liderazgo-. Creo que has conseguido algo muy importante y es desligarte de la “charla motivacional del coach”. Frente a falsos gurús proponiendo eneagramas, sueles hablar del esfuerzo que cuesta todo aquello que merece la pena en la vida.

Me entusiasma hablar de realidades tan importantes y complejas como el liderazgo, la motivación, la inspiración, la gestión de equipos, etc., precisamente por lo que dices: porque son temas sobre los que se vierte demasiada palabra ociosa, demasiada verborrea insustancial. Lo primero que hay que dejar claro al hacer una propuesta honrada a este respecto, es que el ser humano no ha cambiado sustancialmente desde Génesis, 3. Sus sueños, anhelos, inquietudes, frustraciones, deseos, miserias y grandezas son las mismas. Mi visión del liderazgo –de un liderazgo real, que suscite una respuesta de adhesión gozosa a las propuestas del líder-, se apoya necesariamente en tres pilares: el trabajo bien hecho, la ejemplaridad y el servicio. A mi modo de ver, sólo desde esta perspectiva, el líder estará revestido de una autoridad auténtica; algo que no se puede fingir o impostar, y que, desde luego, no se adquiere asistiendo a charlas motivacionales o leyendo libros de autoayuda.


Se me ocurre que la “integridad” puede ser un compendio de esos tres pilares. Pero somos humanos, ¿qué hace el líder cuando se equivoca?

Hace unos días leí un artículo muy interesante sobre distintas figuras de la política actual. En él se explicaba, por ejemplo, cómo el liderazgo de mandatarios como Angela Merkel o Justin Trudeau se ha visto fortalecido ante la gestión de la crisis, porque han expuesto la verdad sin tapujos, transmitiendo mensajes duros y difíciles de asumir para el ciudadano. Reconocer el propio error o asumir el propio desconocimiento ante cuestiones complejas no tiene por qué mermar en absoluto la autoridad del líder. Es más, con no poca frecuencia la reafirman.


Sabes que te sigo desde hace años y creo que he visto prácticamente cada entrevista, conferencia o texto tuyo. Hay algo que admiro especialmente en ti, y es la templanza. Evidentemente la admiro porque yo, aunque intento contenerme, soy una falla valenciana. La pregunta es si es genética o algo que se trabaja.

No te dejes engañar por las apariencias… (ríe). Para interpretar bien a Beethoven o a Brahms, he de ser capaz de convertirme en fuego devastador, así que tal vez nos parecemos más de lo que piensas… (vuelve a reír). De todas maneras, tienes razón en que, cuando hablo en público, procuro aplicarme una buena dosis de auto-disciplina –ojalá fuera genético- para que mis ideas lleguen hasta el receptor suavemente, con serenidad, sin necesidad de levantar la voz ni de poner nervioso a nadie (como hacen algunos de los falsos gurús a los que mencionabas antes). Aunque no lo considero una técnica como tal, sí te puedo decir que gran parte de mis habilidades como comunicador las aprendí en mis años de estudiante universitario, en los que tuve la suerte de hacer mucho teatro en compañías amateurs, de la mano de grandes maestros. Un discurso sugerente, evocador y bien construido llega mejor cuando se comunica con la cadencia y la pausa necesarias. Además, en estos tiempos de agitación y estrés casi inevitables, la quietud y la compostura constituyen una necesidad, una especie de bálsamo. Para poder pensar sobre las cosas importantes de la vida, es menester salirse, siquiera por unos instantes, de su torbellino. Pero, insisto, ése es mi lado como speaker. Deberías venir a uno de mis conciertos para ver mi parte fallera.






Tienes toda la razón, estaba solo pensando en el trato contigo. He comprobado además estas semanas como algunas parlamentarias en debate han hecho uso de esa misma habilidad; discurso duro (por veraz) pero tono de voz respetuoso y sosegado.

Acabo de recordar que alguna vez hemos hablado de la transformación que sufres dirigiendo, casi como si estuvieras fuera de la sala y te hubieras transportado a un mundo que sólo tú conoces. Te lo pregunté porque, efectivamente, asistir a uno de tus conciertos está en mi lista de deseos desde hace tiempo pero se puede comprobar en cualquier grabación. ¿Es así? ¿Habitas otro mundo en esos momentos? ¿Eres capaz, además, de “tomar la temperatura del público” o no es algo que influya?


La virtud transformadora y purificadora –en el sentido aristotélico- que tiene la música, hace que, tanto los intérpretes como el público, experimentemos una especie de tránsito a un ámbito diferente del de los quehaceres cotidianos. Yo procuro transmitir este sentir a mis músicos y también al público. Cuando consigo transformarme a mí mismo en la obra que tengo que interpretar –lo que requiere una enorme entrega-, percibo claramente un altísimo grado de implicación de unos y otros. Después de semejante experiencia, cuesta trabajo regresar a la realidad mostrenca del día a día. Y esto es así porque el concierto no pertenece a la esfera del tiempo “chronos” (el de los veinte minutos que pasamos en la sala de espera del dentista), sino del tiempo “kairós”. Es un tiempo completamente diferente, aun cuando podamos decir que esa sinfonía de Mozart que acabamos de escuchar también dura veinte minutos. Los minutos en uno y otro caso no tienen nada que ver. El tiempo “kairós” es el tiempo del amor: un tiempo que, en rigor, no se puede medir. No es el mero flujo temporal en el que se desarrollan nuestras actividades, sino ese otro tiempo que reclama perdurabilidad (“desearía que este momento no terminara nunca” se dicen los que se aman). Así pues, un concierto es, en cierta manera, una promesa de inmortalidad.


Otra de tus características es la humildad, propia de los grandes. Me interesa mucho tu discurso acerca de la gestión del ego. Del propio y del ajeno, ya que lidias como director de orquesta con el de los artistas y yo estoy empezando a descubrir el de los escritores.

Te agradezco el cumplido, pero dudo que exista una persona realmente humilde en el mundo. Yo, al menos, te garantizo que no lo soy. Lo que sí te puedo asegurar es que siento una inclinación especial por los débiles, marginados y vulnerables, al tiempo que experimento una repugnancia natural hacia los arrogantes y altivos. La persona que se cree por encima de otra –por el motivo que sea- vive instalada en una patética falacia. Se puede decir que su vida no es más que una gran y triste mentira, sin importar nada los galardones o reconocimientos de que haya hecho acopio. No hay peor ignorante que el sabio que se lo cree (y aquí “sabio” se puede sustituir por “guapo”, “rico”, “sofisticado”, “exitoso”, “glamouroso” o cualesquiera atributos a la venta en Instagram). Si algo bueno se puede aprender de las peculiares circunstancias que está atravesando ahora mismo el mundo, es que la existencia es quebradiza, y que nuestros proyectos tienen la consistencia de un castillo de naipes: un golpe de aire los puede derribar en cualquier momento. Si de verdad fuéramos conscientes de esto, viviríamos en un permanente espíritu de agradecimiento por todo.


¿Cómo maneja un líder los egos dentro de un equipo?

Buena pregunta. Cuando hablo de esto en mis conferencias, me gusta dejar claro que no existen reglas fijas ni fórmulas mágicas. En primer lugar, es preciso tener mucha “mano izquierda” para hacer frente a todo tipo de conflictos, sin permitir que nos afecten más allá de lo deseable. También creo que los problemas de egos no han de ser resueltos, sino disueltos. Muchas veces bastará con esperar un tiempo prudencial y aplicar las medidas oportunas, para que los problemas desaparezcan por sí solos. Habrá otras ocasiones –las menos-, en que esa o esas personas no respondan al tratamiento y continúen comportándose de manera tóxica. En esos casos, como se hace con la salud del cuerpo, no quedará más remedio que cercenar el miembro corrupto. Éste será, naturalmente, el último recurso, después de haber puesto todos los medios razonables. Pero, como te digo, no existe ningún prontuario de recetas para los problemas relacionados con los egos en las organizaciones. Sinceridad, fortaleza y educación son tres claves para el éxito en las relaciones humanas.


Algo que me abruma a veces es mi propio desconocimiento o “todo lo que me falta por saber”, un poco a la manera socrática si quieres . Tú abogas siempre por la formación y la lectura, pero, en tu liga, ¿te ha pasado?

Eso que te abruma –a la manera socrática- es un signo de sabiduría. Creo que le sucede a cualquier persona con una pizca de sensibilidad y capacidad de reflexión. Italo Calvino decía que la vida no es suficientemente larga para leer todo lo imprescindible. Y Borges, que las bibliografías no son sino “catálogos de ausencias”. Llegados a este punto, la referencia al non multa, sed multum de Plinio el Joven parece inevitable. La erudición en sí misma no vale nada: oropeles adornando una condición constitutivamente efímera; paja que arrebata el viento. Lo importante es lo siguiente: al igual que en la vida uno elige a sus amigos –pocos y buenos-, así también ha de elegir a sus autores: esos otros amigos –científicos, literatos, filósofos, artistas- con los que compartir la propia intimidad. Pero el camino de la formación conduce a un final que se identifica con su comienzo: la sabiduría del balbuceo, el reencuentro con el niño que nunca debimos dejar de ser. Sabia ignorancia; ignorante sabiduría.


Bien, en ese “camino a la formación” te quería pillar. Hace poco, un joven amigo me pidió referencias de lecturas. La alegría es constatar que hay jóvenes conscientes de que han de hacerse cargo de su propia formación y no dejarla a “la universidad” o a los medios de comunicación. Yo le pasé unas cuantas conferencias tuyas y le dije que las escuchara con papel y boli. También le dije que te preguntaría. Así pues, qué lecturas recomendarías con tal propósito y cuales le dirías a tu yo de 20 años que son totalmente prescindibles.

Como dejemos la propia formación en manos de la universidad -¿sigue existiendo?- o de los medios de comunicación, nos espera un futuro muy poco alentador. Pues sí, me has pillado, porque la lista de recomendaciones sería larga y muy personal. A mí me interesa mucho tanto la literatura alemana –desde Goethe hasta Dürrenmatt- como la latinoamericana (García Márquez, Rulfo, Cortázar, Borges…), pero entiendo que de gustibus non est disputandum. Sin embargo, hay autores que necesariamente hay que haber leído para tener una visión más profunda de la existencia humana: Homero, Platón, Virgilio, Agustín de Hipona, Dante, Cervantes, Shakespeare, Teresa de Ávila, San Juan de la Cruz, Lope, Calderón…, Conrad, Melville, Dostoievsky, Kafka… (uff). Me remito a la cita de Borges de la pregunta anterior.


Una pregunta más en este sentido es por dónde empezar con Scruton, me temo que el discurso sobre los pensadores de la izquierda posmoderna (El orgullo y el error) es un poco denso para profanos…

Yo empezaría por “La Belleza” o por “El alma del mundo”. También tiene un libro sencillo y muy original sobre el fascinante mundo del vino: “Bebo, luego existo”. Y recientemente he leído un fantástico ensayo –sutil, elegante, profundo- de una discípula suya -Alicja Gescinska-, titulado “La música como hogar”.


Otro de tus grandes discursos es aquel que define “lo que inspira”, dejando claro que tiene poco que ver con lo epidérmico, lo que pone la piel de gallina, pero mucho con lo que es capaz de transformar. ¿Qué o quién te inspira a ti?

Yo he tenido la suerte de contar con un modelo muy cercano, del que he recibido prácticamente todo cuanto soy, profesional y personalmente. Ese modelo es mi padre. Sin necesidad de expresarlo con palabras, su existencia fue para mí una fuente de inspiración a la que acudo una y otra vez: siempre que encuentro alguna dificultad a la hora de conciliar las diferentes facetas de la vida. Porque mi padre fue un director de orquesta completamente enamorado de su trabajo. Sus interpretaciones -como me lo han corroborado muchos instrumentistas que trabajaron con él- eran apasionadas y sinceras. Su entrega era total. Sin embargo, cuando en la balanza de la vida tuvo que elegir entre su brillante carrera internacional y la atención a su dilatada familia –soy el séptimo de ocho hijos-, no dudó en renunciar a lo primero para dedicarse a lo segundo en cuerpo y alma. Ésta es la cátedra en la que yo he tenido la fortuna de formarme.


Hace tiempo leí a Juan Manuel de Prada algo que me enfrentó a una realidad a la que yo no había puesto nombre. No cito literalmente pero decía algo así como que a cierta edad llega un momento en que todos debemos abandonar los sueños de juventud y dedicarnos a gestionar la realidad que tenemos entre manos. Creo que es un poco establecer las prioridades de las que hablas con el caso de tu padre, ¿quizá se trate, en la madurez, de redefinir el concepto de éxito que tenemos cuando somos jóvenes?

Pero también a acomodar expectativas a capacidades cuando está claro que no vas a ser el próximo Mozart, Cervantes, o lo que sea ¿no?

Estoy de acuerdo en que aceptar sobriamente la realidad es una premisa básica para llevar una vida auténtica y real. Pero no veo por qué eso deba estar reñido con la capacidad de soñar… Un soñador que nunca tiene los pies en la tierra seguramente terminará siendo un loco o un visionario. Pero casi lo prefiero a la castrante practicidad del que ha dejado de soñar. Uno de los grandes problemas del mundo de hoy es que falta poesía. Por eso hay tantas personas adultas, esto es, tristes, insomnes. Creo que nos iría mucho mejor si consiguiéramos ver gigantes donde todos se empecinan en demostrarnos que no hay más que molinos. Por tomar el ejemplo que mencionas: Mozart y Cervantes no se propusieron ser Mozart y Cervantes, puesto que no hubo ningún Mozart y Cervantes previo con el que compararse. Sencillamente lo fueron; fueron ellos mismos. Fueron auténticos. No hay que compararse con nadie para hacer de nuestra vida algo asombroso, irrepetible en el sentido literal del término. A veces ese paso a la vida adulta no es más que un cómodo reducto en el que esconder la propia frustración, por no haber luchado lo suficiente. En la vida, uno tiene que dar lo mejor de sí, sea mucho o poco -¿a los ojos de quién?- y olvidarse de otras consideraciones. Creo que ésta es una de las fórmulas para alcanzar una vida lograda.


Nos has contado que Mahler encontraba las respuestas a las grandes preguntas de la vida cuando dirigía música. Que, de hecho, desparecían las preguntas. ¿Te ha pasado?

Se suele decir que la música es el lenguaje más universal que existe. A mí esta definición me parece tan cierta como pobre. Porque la música es mucho más que un lenguaje: es una vía de conocimiento. A través de la música, conozco mejor el mundo, a los demás y a mí mismo. La música da respuesta a las cuestiones que más nos afectan y más nos preocupan a los seres humanos: las que tienen que ver con el amor, la muerte y la trascendencia. Mahler hablaba de esa “luz” y de esas “respuestas” en el año 1909, es decir, al poco tiempo de perder a su hija más querida y de descubrir que su mujer Alma lo estaba engañando. Un hombre con el corazón destrozado y con una sensibilidad como la suya, que se expresa en esos términos… Francamente, creo que es algo que nos debería hacer pensar. La música tiene la capacidad de retrotraernos a lo más genuinamente personal de nosotros mismos si tenemos la valentía de hacer frente a sus interrogantes. Es como un espejo en el que poder descubrir la verdadera imagen de quien soy realmente. La imagen de quien soy me puede ayudar a formar la imagen de quien quiero llegar a ser. Por eso la música me puede ayudar a ser mejor persona.






Creo que Resurrección es una de tus obras preferidas. Mahler empieza haciéndose preguntas y termina encontrando la respuesta en el último movimiento de la Sinfonía. La vida después de la muerte. Sin embargo, vivió atormentado por las grandes cuestiones del hombre: la vida, la muerte, el amor y la trascendencia, si no me equivoco. ¿Cómo se prepara uno para dirigir algo tan grande? ¿No te sientes ante un abismo?

Absolutamente. Lo primero que siento cuando tengo que dirigir una partitura de esta envergadura es una especie de temor reverencial y de vértigo. Creo que éste es el punto de partida correcto para poder llegar a interpretarla bien. Dejadas a un lado todas las cuestiones técnicas –se trata de una obra muy difícil de dirigir-, comienza entonces el proceso de lo que podríamos llamar el “auto-vaciamiento” del artista. Desde lo poético, Mahler nos muestra la fractura del hombre moderno: esa orgía autorreferencial de la Viena del fin de siglo, que abarrotó la recién inaugurada consulta del Dr. Freud. Un mundo de frivolidad, disolución y neurosis que –acompañado de graves conflictos sociopolíticos-, conduciría a las guerras mundiales, a la cámara de gas y al Gulag. Para que este grito desgarrado llegue hasta el público y lo conmueva, como intérprete he de hacerlo mío. Tengo que desaparecer yo para poder convertirme en esa voz. He de asumir el sufrimiento de tantos inocentes para que mi mirada se identifique con la suya. Te puedo asegurar que se trata de un proceso doloroso y gozoso a la vez. Difícil de entender, tal vez, para el que no lo haya experimentado nunca.



Alguna vez te he oído contar que la dirección de orquesta se aprende pero no se enseña, ¿ocurre igual con la grandeza o con la profundidad? Tienes algunas premisas acerca de cómo crear la propia grandeza…

El gran director de orquesta Bruno Walter –discípulo y amigo personal del citado Gustav Mahler- decía que la práctica de la interpretación musical se podía resumir en lo siguiente: tener grandeza para transmitir grandeza. Resulta evidente que esa grandeza personal que el intérprete ha de aportar, no se enseña en ningún conservatorio, academia o universidad. Es algo que se va adquiriendo –o no- en lo que podríamos llamar la escuela de la vida. Tiene mucho que ver con el modo de conducirnos, de mirar a los demás; con ese espacio interior que define nuestro yo más íntimo. La grandeza personal requiere que alimentemos ese reducto interior con lecturas, música, reflexión, cuidado de los demás, conversación, escucha activa, amor, silencio… Todo eso nos va haciendo ricos por dentro y amables, esto es: capaces de amar y dignos de ser amados.



Vamos con el amor; es muy evocadora la imagen (tuya) de la puerta con un solo picaporte a la que sólo se puede invitar a entrar. Y se hace en función de cómo esté configurado el núcleo del yo interior de cómo se haya nutrido. Sin embargo, yo creo que amamos de forma aspiracional, amamos lo que admiramos.

¿Quién se atrevería a definir el amor? Los escolásticos decían que nada puede ser deseado –o amado- si antes no se ha conocido (nihil volitum nisi praecognitum). La verdadera sabiduría, en su sentido etimológico de ”sápida scientia”: ciencia sabrosa, consiste en llegar a paladear nuestra verdad más íntima, la razón por la que nos levantamos cada mañana. ¿Para qué estamos en el mundo? La respuesta, a mi modo de ver, es clara: para amar. Para amar y ser amados. Aquél que ama ha encontrado el sentido de todo y es feliz, aun cuando pueda llevar una vida surcada de dificultades y tribulaciones. El que no sabe amar, se agita inútilmente en busca de certezas y consuelos que nunca podrá encontrar, aunque disponga de todo tipo de comodidades y placeres. Y es que el amor –y éste es el quid de la cuestión- vive en el seno de una paradoja: sólo se adquiere y se acrecienta cuando se derrocha, cuando se malgasta. En la auto-negación y en la entrega generosa al otro (al marido, a la esposa, al hermano, a la madre, al marginado, al que no piensa como tú, al que te acaba de quitar el sitio para aparcar…).


Y por ende una vez “elegido”, depende mucho de la voluntad y no tanto de los sentimientos…

De las dos cosas. Tan malo es el sentimiento sin voluntad como lo contrario. Tal vez lo más grande que tiene el ser humano es su capacidad para empeñar su palabra. Soy consciente de que esto no está precisamente de moda. La palabra “compromiso” ha desaparecido del diccionario del hombre del siglo XXI. Preferimos la ilusión de la libertad –la indeterminación a ultranza, la carencia total de vínculos- a la libertad real de asumir con madurez y responsabilidad las decisiones tomadas. Sin embargo, esa borrachera de la libertad a cualquier precio, enseguida se revela estéril. El propio Gide –en un alarde de honestidad desconocido en él- lo constataba amargamente en su diario: “el drama consiste en que nunca nos podremos emborrachar suficientemente”. No sé cómo, pero, quienes aún creemos en el ser humano y su dignidad, debemos recuperar algo tan sagrado como el valor de la palabra dada. Nos va la vida en ello.



Me gusta mucho la anécdota que cuentas a veces de tu padre sobre el poder transformador de la música. No sé si fue la que inspiró el proyecto de A Kiss for All the World, sin embargo, estoy convencida de que es lo que conseguiste. Imagino que valió la pena aunque solo una persona hubiera salido sacudida por dentro.

Con el proyecto ‘A Kiss for All the World" he conseguido reunir mis dos pasiones: las personas –en especial, las más vulnerables- y la música. Gracias a esta maravillosa iniciativa, he tenido la suerte de comprobar –realmente, no de modo teórico- el efecto que la gran música produce en los corazones. He visto cómo no es necesaria una gran preparación ni una vasta formación cultural para que el mensaje transformador de la 9ª Sinfonía de Beethoven llegue hasta las personas más desfavorecidas del planeta, y las transforme, llenándolas de luz y de consuelo. Después de estas actuaciones tan especiales no eran necesarias las palabras. Los internos de una prisión en Colombia; los pacientes de un hospital oncológico en Panamá; los niños de un orfanato en el Congo; los habitantes de un campo de refugiados en Alemania. Todos ellos se acercaban a nosotros con lágrimas en los ojos y nos decían “gracias”. Sólo eso. Para un artista no debe haber satisfacción mayor.

El vídeo del concierto en el hospital oncológico me llegó al alma. Quizá necesitemos una 9ª en la Plaza Mayor cuando acabe esto, para recomponernos, Íñigo. Piénsalo.

Lo haré.




Muchas gracias, Íñigo, por tu generosidad, tu tiempo y tu paciencia. Es un privilegio tenerte a "tiro".


Les dejo toda la información necesaria para que puedan seguirle:

A Kiss for All the World

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