miércoles, 4 de septiembre de 2019

El arte del dandismo

CONVERSACIONES A CALZÓN QUITADO: DE LA ELEGANCIA, EL DANDISMO Y MÁS



La idea de esta serie de entrevistas surge tras constatar -en redes sociales y en la calle- que se impone revisitar la buenas formas chez les hommes, en un sentido amplio.

Una vez escribí que “se empieza vistiendo como un futbolista en su día libre y se acaba con el alma vacía”- como refrendo al estamento filosófico de que la estética tiene siempre una repercusión ética-. Por ello, la primera de la serie la dedicaremos al armario masculino.


Juan Pérez de Guzmán León (Madrid, 1976) ha tenido la amabilidad de acceder a responder un pequeño cuestionario en el que nos ayudará a aclarar algunos conceptos sobre elegancia, pero también trataremos de conocer qué le interesa a un “dandi”.
Licenciado en Derecho y con algún master que le encaminó a trabajar en lo que él llama "los arrabales del lujo" entre Madrid y París, recientemente se ha cortado la coleta.
Pérez de Guzmán practica el dandismo desde su estructura ósea y su corte de pelo. Porque con 1,92 se nace. Y no es lo mismo.
Así pues, enciendan su reproductor. Pongan algo de Biolay y Mastroianni. Vayan a por su mejor corbata de seda y hagan un nudo decente.
Mezclen ginebra con limón y azúcar. Agiten con hielo y añadan soda.
Quiten esa deprimente canción francesa, pongan The Smiths.
Con ustedes: This Charming Man.


(Gracias, Juan, por aceptar compartir con nosotros tus conocimientos, a la primera y sin coacciones)

¡Gracias a ti, pero no me añadas centímetros que no me corresponden! Debo estar en el 1’89-1’90 y mi estructura ósea ha cambiado mucho desde hace cuatro años, lo que ya no me permite ciertas cosas, de momento…



                                               



Decía José Antonio Primo de Rivera que lo religioso y lo militar eran los dos únicos modos serios de entender la vida. ¿Dónde queda el dandismo?

Muy lejos y, en términos absolutos, mal. “Lo religioso” y “lo militar” representan dos de los tres estamentos del Antiguo Régimen: los bellatores y los oratores. En lo fundamental, la milicia y el sacerdocio no han cambiado mucho a lo largo de los siglos y siguen implicando el don de uno mismo. El espíritu de entrega. Algo que en la sociedad posmoderna está mal visto.
Muchos dandis históricos venían de la milicia, pero el dandismo, sin embargo, es producto del mundo contemporáneo y, al mismo tiempo, un rechazo de él. Dicen los que saben que nunca hubiera podido existir fuera de la insoportable sociedad inglesa del siglo XIX y pienso que tienen razón. Pero aquí no estamos hablando de ningún espíritu de entrega, sino de un individualismo galopante que busca su propia originalidad. Se pretende brillar, incluso molestar, a través del espíritu, del ingenio (wit) y de lo accesorio, como el vestido. Se quiere escapar de la picadora de carne que era la buena sociedad inglesa de entonces. De todas maneras, hay que distinguir entre los dandis ingleses y franceses. Son estos últimos los más apegados al mundo anterior a las revoluciones liberales y los que más detestan las convenciones burguesas y el espíritu del comerciante. Para mí son los que más interés tienen. No he leído las cartas que Barbey d’Aurevilly le dedica a Victor Hugo (lo más cercano a un progresista de hoy que se podía encontrar en el siglo XIX) pegándole un buen repaso, pero representa el inicio de una corriente de escritores malditos (y elegantes) como Drieu la Rochelle, de Monthérlant y algunos otros.
En todo caso, tiene que quedar claro que  el dandismo en particular y la elegancia en general es algo que, por lo menos para mí, va más allá del simple trapo y que los dandis ya no existen en la sociedad contemporánea por una serie de razones como, por ejemplo, el hecho de que ya no existe la “vida de ocio” y que la llamada “clase media”, en sus diferentes grados, tiende a ocuparlo todo. Y no es una crítica, es una constatación. 


Hablando de dandis, cuentan que un día el rey Jorge IV exclamó nada más ver a su amigo Beau Brummell: ¡qué elegantes vas!
Este no dudó en ir a cambiarse de inmediato.
Apócrifa o no, ¿estás de acuerdo? ¿la elegancia debe “notarse”?

¡No conocía la anécdota y a saber si es cierta! Creo que no soy el más indicado para responder a esta pregunta por diversas razones. La principal de ellas es que siempre he sido algo rebuscado a la hora de vestir. Aunque si algo bueno tienen los kilos que he pillado después de la llegada al mundo de mi segunda hija es que me he relajado con respecto de los asuntos vestimentarios… Pero bueno, lo ideal, es que la elegancia se note lo menos posible. El propio Brummel pasaba mucho tiempo delante del espejo para conseguir el perfecto nudo de corbata imperfecto. Quizás fuera el inventor de la  sprezzatura (dejadez) en la moda masculina que, originalmente, fue un término creado por Castiglione en el siglo XVI no necesariamente aplicado al vestido. Lo divertido del asunto es que hoy, en el exceso actual de la “traposfera” masculina y la esquizofrenia del mercado, la sprezzatura se ha transformado en un producto más, en una pura afectación sin mucho sentido, todo canalizado a través de bloggers, influencers e instagrammers. Ya no cuento el número de veces que he visto corbatas donde la extremidad más fina sobrepasa 5 cm la ancha, los zapatos de hebilla sin abrochar y patinados artificialmente, las camisas japonesas donde uno de los lados del cuello está ligeramente revirado, los soft collars desabrochados, etc. La sprezzatura se ha transformado en el manierismo de hoy, pero los blogueros del trapo masculino aplauden con las orejas.
Tu pregunta también me trae a la mente uno de los elegantes oficiales de hoy e imagen de los sastres parisinos Cifonelli: Alexander Kraft. El tipo es un escaparate andante. Él es su propio producto. Dudo mucho que esa excentricidad de transformarse en objeto tenga que ver con la elegancia que, lógicamente, no consiste en vestir de Cifonelli, llevar sombreros de Lock y relojes y bolsos vintage de Hermès (todo aderezado con su buena dosis de instagram). El business no puede quedar por encima de la elegancia, que tampoco es una acumulación de objetos que quedan bien en una foto. El wit de los dandis, el espíritu y la fineza es lo que echo de menos hoy. Hombres y mujeres producto hay un millón.


Beau Brummell, recientemente descubrí a un conde: Robert de Montesquiou, Clark Gable, Cooper, Grant, Porfirio Rubirosa … ¿Las futuras generaciones encontrarán referentes en nuestra época?

Malamente…Tras, tras.
Las futuras generaciones encontrarán mucha gente que sale en Instagram copiando lo que hacían otros cincuenta años atrás. Descubrirán libros, como el de Rose Callaham (“I’m dandy”), donde una colección de blogueros horteras y seres extraños se disfrazan como si fueran mignons en la corte de Enrique III.
Por lo demás, Rubirosa fue un playboy y no sé qué ha sido de ese proyecto de película donde Antonio Banderas iba a encarnarlo… Por cierto, no he leído a Proust, que se basó en Montesquiou para crear uno de sus más conocidos personajes, pero sí he visto el baúl para camisas que encargó a Vuitton. Ahora, lo que más me une a él es que hemos vivido en el mismo pueblo del oeste parisino. Lógicamente, el “palacete rosa” (nombre que no tiene nada que ver con cierto lobby) que hizo construir en el Parque de los Ibis en el Vésinet era algo más grande que mi antigua casa.


¿Sigues, o al menos te divierte leer, alguna publicación sobre ”moda masculina”? Tengo entendido que la blogosfera de la moda masculina clásica está hecha hecha unos zorros…

La verdad es que me da mucha pereza. Es un mundo de consultores de Price Waterhouse o similar que ponen nombres rimbombantes a sus blogs como “El aristócrata” o “El caballero” o, peor aún, “Sin abrochar”… Son gente que, supongo, pide trajes o camisas gratis o rebajadas por escribir una reseña más o menos elogiosa de artesanos que caen en ese tipo de trampa o creen en esa manera de llegar al cliente. Para mí es todo lo contrario al espíritu aristocrático o caballeresco, que va más allá del trapo y de ciertos fetichismos, pero bueno, si eso permite salir adelante a la artesanía nacional, pues bien.


La democracia daña todo lo que toca, y no fue menos inocua con la industria de lo excepcional cuando aparecieron las primeras licencias después de la IIGM. ¿La democratización del lujo ha permitido que el Daytona de Paul Newman luzca ahora en la muñeca de la encargada de la tienda Inditex de mi barrio?

Cada vez que oigo o leo que algo se “democratiza” me entran sudores fríos. Sobre todo cuando eso implica acabar a medio plazo rodeado de tíos con gorras, camisetas axilares y bermudas vaqueras. Como podrás imaginar, un aeropuerto es mi peor pesadilla, seguido muy de cerca por los centros comerciales. En cuanto a la llamada “democratización del lujo”, pienso que cierto lujo industrial fue lo suficientemente hábil para poner al alcance del pequeño consumidor objetos que le permiten desarrollar un espíritu de pertenencia, de identificación con algo o alguien. Ahora pienso que la estrategia es la contraria. Quieren deshacerse de ese tipo de cliente y domar a los que se sienten atraídos por eso que se llama street style. De hecho, ahora pones “street” delante de cualquier cosa (food, art, style, etc) y ya puedes engañar a algunos incautos más. El estilo de la calle está muy bien cuando el rapero de turno se gasta una fortuna en productos con tu monograma, pero es un arma de doble filo porque sus seguidores son incontrolables. Nadie quiere que su casa centenaria acabe siendo pasto de camellos y de gente del extrarradio. Por supuesto, hablo del caso francés que creo conocer bien. Ahora, no nos engañemos. Al final todo esto del lujo y de la moda es un timo en banda organizada. Un universo de editoras de moda, algunas redactoras, cinco Relaciones Públicas y ocho pseudoartistas. Yo soporté aquello seis meses cuando trabajé en el departamento de prensa de una multinacional del lujo en París y encima acabé con síndrome de Estocolmo.


Hace unos años publiqué en mi blog, bajo tu supervisión, una especie de “fondo de armario masculino” que me consta ha sido impreso y guardado en no pocas ocasiones. ¿Podrías darnos una actualización rápida?

Con algunos matices, pienso que en el armario de un hombre nunca debería faltar un traje azul, una corbata oscura, un pantalón de lana gris, uno crudo de algodón, unos vaqueros, una o varias camisas blancas, camisetas de algodón, unas zapatillas de lona blancas y dos pares de zapatos. Uno marrón más desenfadado y uno negro de vestir. Es lo más básico que se me ocurre y pienso que esto está dentro de las capacidades de cualquiera que no sea una estrella del rock o un poeta maldito.


Y ahora un ejercicio práctico. Todos los veranos hay dos puntos calientes nunca resueltos de manera contundente. El primero es bermudas sí o bermudas no. Y el segundo son las bodas de verano. ¿Tu criterio en ambos casos?

No soy Alfonso Ussía y mi criterio importa poco, pero fíjate que me he templado mucho con el tema de las bermudas. Sobre todo si no son vaqueras. De hecho, lo de la bermuda vaquera para hombre demuestra que el horror siempre puede alcanzar grados escalofriantes. En fin, no tengo nada en contra de los pantalones cortos en zonas de playa o cercanas a la costa, sobre todo si uno no va a cenar con ellos. En el casco urbano lo llevo peor y, a más orondez y más edad, peor todavía.
En cuanto a las bodas de verano, yo me casé un 30 de agosto. Fue una fecha impuesta por las circunstancias. De todas formas, que te inviten a una boda en plena canícula estival es una tortura. A no ser que la organices en la Bretaña, claro.




                                                              



En 2009 el otrora Fiscal General del Estado, Eduardo Torres Dulce, publicó un libro sobre cine titulado “Armas, mujeres y relojes suizos”. Creo que aprecias las tres cosas.

Sí. Además de un asesino soy un cisgénero binario que en su día gastó un físico normativo. Por tanto, me siento atraído por las mujeres y créeme que no las meto dentro de la categoría de rifles, guitarras y relojes suizos. Tengo un enorme respeto por la mujer como para cosificarla. De hecho, se me escapan las nuevas guerras culturales y debates públicos feministas. Bueno, no es del todo cierto: entiendo el mecanismo de su nacimiento como mutación de la antigua lucha de clases, pero esta vez ayudada por el Mercado. Ahora, el asunto me da una pereza infinita y en la mayoría de las ocasiones nos enfrentamos a delirantes luchas simbólicas que no ayudan en absoluto a la mujer que yo, personalmente, considero como mi igual o, quizás mejor, como mi contraparte.
Si no, y por lo demás, las mujeres se me han dado normal. En la era anterior al furor de ciertas aplicaciones de internet, hace diez, quince o veinte años, el mundo de la noche era el ambiente más propicio para ampliar ciertos horizontes. Aunque nunca soporté la mediocridad de ese universo, sobre todo en los sitios pretendidamente “bien”, no me puedo quejar. Pero vamos, todo esto queda muy atrás en el tiempo.
En lo tocante a lo otro, me gusta la artesanía y el trabajo de la madera. En el caso de los rifles existe una gran tradición centroeuropea en lo que respecta a la caza y la fabricación de estas armas. Un buen nogal, español mejor que turco, acabado al aceite y bien trabajado sobre un acero azul puede llegar a ser una obra de arte. No tengo los medios para adquirir este tipo de arma, ni tampoco para comprar una Gibson del 59 o una Fender del 64. La sonoridad de estas últimas es muy difícil de replicar y hay todo un negocio hecho alrededor de los tone chasers que intentan mejorar sus instrumentos para que suenen como aquellos que definieron la música rock de los años 60 y 70. Eso pasa por detalles que serían muy largos de contar (lacado en nitrocelulosa, puentes en acero, cejillas de hueso, trastes vintage, capacitadores, pastillas y resistencias de valores diversos) aunque, en el fondo, la magia está sobre todo en las manos del guitarrista… Es curioso pensar que en 1968 la alta costura queda herida de muerte con el cierre del taller de Balenciaga en París, pero es que las guitarras eléctricas empiezan a fabricarse realmente en masa a partir de entonces y ya no importa el tono, sólo que los componentes sean de menor calidad. Esto mismo es extensible a múltiples campos. Hay un cambio de paradigma, incluso ideológico, que seguimos sufriendo hoy.


Sabemos que Cary Grant olía a Creed. También el Sultán de Brunei. ¿Sigue siendo “la opción”?

Hay mucho storytelling y mucho marketing detrás de muchas cosas con precios exorbitantes. Francamente, no sé si Cary Grant utilizó alguna vez algo de Creed. Del Sultán me lo creo. ¡Pero qué duda cabe! Creed no hace malos perfumes. Green Irish Tweed es buena y, además a las mujeres les suele gustar. De todas formas, opciones hay muchas. Curiosamente, Creed ha tenido más éxito comercial con un perfume llamado Aventus que con fórmulas más antiguas. Los yanquis y los asiáticos se vuelven locos con Aventus y están dispuestos a pagar fortunas por frascos de unas determinadas series donde, dicen, la formulación era algo diferente a la actual. No sé si mi “frikismo” con el perfume alcanza tal límite… En fin, es un universo que me atrae porque los olores están muy asociados a los recuerdos, son muy evocadores y soy algo nostálgico.

He tenido la suerte de trabajar al lado de Jovoy, una tienda multimarca que comercializa perfumes de nicho, y descubrir casas (Parfums d’Empire, Jovoy, Maison Frappin, Le jardín des écrivains, etc) que están fuera del mercado ordinario. Una vez que entras en el universo de la perfumería más confidencial es difícil escapar. Eso no significa que en el Corte Inglés o en otros sitios no se puedan encontrar formulaciones de calidad. El problema es que, en más ocasiones de las que uno desearía, se acaba siendo víctima de un departamento de marketing, de un olor clónico y poco natural hecho sin pasión. De hecho, es el caso del setenta u ochenta por ciento de los perfumes que se venden por ahí. La garantía de un buen perfume es que haya un nez digno de ese nombre detrás.


¿Gin Fizz o Negroni?

Gin-Fizz. En cualquiera de sus versiones, aunque mi preferida es la “Ramos”. No tiene nada que ver con Sergio (por suerte) sino con el barman que lo inventó. Esto me lo enseñó un camarero del Bar Hemingway en el Ritz de París. Supongo que a los del blog del “Aristócrata” les va a dar un infarto, pero fui a recoger el finiquito de mi última empresa con un traje de confección de segunda mano (un antiguo Chester Barrie) que había comprado en Ebay y como el Ritz está enfrente, para celebrarlo, me planté en el Hemingway para apretarme un gin-fizz. Sólo había tres americanos en la barra ligando con la camarera y poniendo música de Deff Lepard. Me preguntaron educadamente si me gustaba la música. No es de mis grupos preferidos, pero como no soy Robert Plant, les dije que me daba igual y por allí apareció el camarero que me explicó las variantes del Gin Fizz. Para no cubrirme de cosmopaletismo, tengo que decir que en España los he probado mejores que en el Ritz de París.


Como no hemos venido a guardar corrección política; ¿elige al hombre que elija a un Braco alemán (y tenga a quien lo pasee)?

Yo mismo podría pasearlo, sea húngaro o alemán. A mis hijas también les gustaría hacerlo. Me gusta mucho esa raza. A pesar de que son algo nerviosos. Aunque si tuviera la mentalidad de una americana de esas que compra un ser vivo como si fuera un accesorio, creo que un galgo afgano o un dogo tipo Señor del Renacimiento tienen más rollo…


¿Mad Men o Vinyl?

Mad men supuso una revolución en su momento. La moda tomó buena nota de ello y las tendencias masculinas cambiaron. La serie tuvo el acierto de matar al metrosexual, pero como el Mercado es como la Naturaleza, tiene horror del vacío, lo cambio por el ubersexual y el tecnosexual, que duraron bastante poco, hasta que apareció el “fofisano”. Sólo diré que para ese viaje no hacían falta muchas alforjas. No sé cómo ha envejecido la serie, pero supongo que bien.
De todas maneras, en estos tiempos difíciles de Rosalías y políticos a los que les gusta el electro latino, Vinyl es fantástica y no entiendo cómo el proyecto no ha ido más allá de una temporada. Para cualquiera que se interese por la Historia reciente del rock, y todo lo malo que lo rodea, es una serie a tener en cuenta.


Desde que Zaplana dejó de aparecer enfundado en los trajes de Puebla, yo he dejado de seguir la política. ¿Me he perdido algo?

Vestimentariamente, nada. Políticamente, puede que algo más y sobre todo en Europa…
Rivera ha abandonado la solapita estrecha y la chaquetita por encima del culo para empezar a vestir como un adulto. Sánchez sigue vistiéndose como alguien que no ha entendido nada; mi ínclito Pablo Iglesias, con el que coincidí en la Facultad de Derecho hace más de dos décadas, por lo menos ya no lleva chándal y, a la derecha, todo es correctito rozando lo aburrido, si exceptuamos algunos cuellos de camisa de Casado.  


Lo cierto es que he visto, de refilón, a Pablo Casado -o a su estilista- sacándonos del tedio con los cuellos de sus camisas. ¿Aciertan?

No sé si aciertan. Lo que sí sé es que me gustan esos cuellos altos de pico redondeado. Nos saca del tedio de esos cuellitos de moderna donde no se puede hacer el nudo de una corbata de más de 5cm de ancho. De hecho, los anchos son fundamentales. El difunto José Luís de Vilallonga decía algo así como que la integridad moral de una persona se podía medir por el ancho de su solapa. Quizás los hombres eran más íntegros en los años setenta… Lo que está claro es que alguien le tiene que decir a Pedro Sánchez que haga como Rivera: que huya de la mala confección y empiece a vestirse como un hombre.



Hablemos de calzado, sólo puedes tener un par: ¿Berluti, Corthay o Lobb?

Dimitri Gómez. Se puede encontrar algún par de alguno de sus clientes que no haya pasado a recoger su encargo a precio de coste. El problema es que exista la talla que uno busca, y el precio de coste.


Tengo dinero para comprar un abrigo, pero no para mantenerlo- decía Foxá. La frase del diplomático me sirve para dos reflexiones. En primer lugar, es inevitable tocar el tema de “cuánto cuesta” ser elegante. Y en segundo lugar, la genética o la gula, tanto monta. ¿Se puede ser elegante con la orondez de, por ejemplo, Agustín de Foxá?

Ser Alexander Kraft, Paul Lux o Hugo Jacomet cuesta mucho dinero, ser elegante no tanto. Como ya he dicho, es una cuestión que va más allá del trapo que, en apariencia, puede ayudar. Pero sólo en apariencia. Hay otros elementos como, por ejemplo, el físico, que tu evocas en la pregunta. En este sentido, qué duda cabe que a un cuerpo delgado o esbelto le caerán mejor los trapos que a otro. Lo sabe cualquiera, pero no es más que una generalidad. Aunque suene a lugar común, considero la elegancia como un conjunto armonioso de detalles donde lo más importante es la manera de ser (y de estar). Por tanto, los medios económicos y el físico no son más que una parte del conjunto. Créeme, por culpa de mi trabajo he conocido a muchas “elegantes” que sólo lo eran superficialmente. 
Puedes comprar trajes de segunda mano de sastres ingleses o italianos en una fripperie de una oscura calle del 17ème parisino, te puedes dejar timar en eBay haciendo el mismo tipo de operación; puedes comprar una voile de Riva para que lo transforme en camisa una historiadora del arte italiana que lo hace como hobby y ha sido entrenada por un antiguo artesano de Lanvin; puedes pedirle a Paulus Bolten que envejezca artificialmente tus Berluti; puedes customizar tus corbatas de Cappelli, encargar un traje a Davide Tofani o, últimamente, hacer como yo y comprar tus camisas de vestir en Hipercor… Casi todo lo anterior no implica más que ser un fetichista del trapo. La elegancia es otra cosa. 


Sé que te interesa el ensayo político y filosófico. ¿Qué tienes entre manos ahora?

Llevo una eternidad intentando leer “El Liberalismo y la Iglesia Católica”. Más que nada para que algunos no me la cuelen con su visión de la “Escuela de Salamanca” o de Juan de Mariana que, por cierto, pobrecito este último. Da nombre a una institución que albergó hace un verano o dos una conferencia, supongo elogiosa, sobre Ayn Rand. “La Rebelión del Atlas” y “El Manantial” son buenas novelas y películas. Tampoco hay que olvidar el mítico personaje de Howard Roark interpretado por Gary Cooper, pero la doctrina filosófica de Rand, el objetivismo, inspiró a gente tan curiosa como a Anton Lavey, fundador de la Iglesia Satánica de California. Esto nos podría llevar a hablar de un auténtico “érase una vez en Hollywood” en 1968 y de la (excesivamente aplaudida) última película de Tarantino, pero me da pereza.  


No se puede ser buena persona si no te gusta Tintín. ¿Aventura favorita?

Muchas: “El cetro de Ottokar”, “Stock de Coque”, “Tintín y los Pícaros”, “Tintín en el Lago de los Tiburones”… Hace dos o tres años Le Point sacó un especial en dos volúmenes sobre los personajes de Tintín en la Historia, que compré.
Hoy Hergé sería infrecuentable políticamente. Para mí, eso hace de él un personaje muy interesante.


¿La amoralidad que vivimos en la actualidad, es dieciochesca o también hemos sublimado el mal?

Complicado de responder. Para mí, el origen del mal está en el endiosamiento humano que llega a ponerse en contra, incluso, de la Naturaleza. El siglo XVIII es una etapa importante en un largo camino que comienza mucho antes. Los años 70 del siglo pasado es otro hito, por ejemplo. Pero bueno, no cabe duda que mucho de lo que padecemos tiene su origen en un sobrevalorado periodo, que excita a periodistas a los que les gusta el “sadomaso-travestismo”, que va a generar sangre y muerte como nunca la Humanidad había conocido antes.   


¿Por qué resulta tan atractivo el Bel Ami de Maupassant?  Si sabes que te va a romper el corazón… ¿es el ensimismamiento un rasgo característico de cualquier dandi?

Bueno sí, como ya he dicho, el dandismo es un individualismo. Que de ahí se pase al ensimismamiento… No lo sé. El personaje de la novela es un advenedizo que, gracias a su físico y a la seducción, llega a lo más alto en la escala social del siglo XIX. Técnicamente no es un dandi porque trabaja. Tampoco es un playboy avant la lettre, más bien un simple caradura. A la literatura francesa de aquel momento le gusta mucho ese tipo de personaje.
En cuanto a lo otro, las relaciones tóxicas (esto está muy de moda ahora), se pueden tener con cualquier tipo de persona y no sólo se limitan al terreno sentimental. Lo mejor es poner tierra de por medio, si se puede. No se puede ser esclavo del ego de otro.


Esta pregunta es a cuenta de la típica discusión tuitera a la que -como sabrás- no hay que hacer mucho caso puesto que nunca sabes si estás argumentando frente a un interlocutor válido, pero ¿se invita a cenar a una mujer?

Absolutamente. No sé dónde está la polémica. No es una cuestión de “dominación” sino de galantería, de dar importancia precisamente a la persona que se invita, de significar que uno tiene la suerte de disfrutar con su compañía. Hay que estar mal de la azotea para ver algo diferente a todo lo anterior. Creo que nunca me han sugerido la ordinariez de pagar a medias, desconfiaría. La mentalidad tipo “First dates” de algunas me asquea. Obviamente, eso no significa que no deje que me devuelvan una invitación. Pero claro, todo depende del contexto y las circunstancias. La naturalidad y el deseo de pasar un buen momento es fundamental. Si uno comienza a pensar en cómo se va a pagar la cena para demostrar algo o reforzar un supuesto papel social, mal asunto.  


¿Lees prensa española? Desgraciadamente, creo que sólo vale la pena cierto tipo de columnismo, más o menos bizarro, más o menos ingenioso.

No. No leo prensa española generalista. No me interesa. Tampoco sigo a ningún locutor. Todos están sometidos al mismo cuerpo de ideas. Todos te venden la misma mercancía empaquetada de maneras diferentes. Un columnista que me gusta es Juan Manuel de Prada. No soporto a Hermann Tertsch, Arcadi Espada y Antonio Lucas, por ejemplo. Tampoco a Julia Otero y Federico Jiménez Losantos. Aunque la primera no sé si escribe. En general, soporto bastante mal a las vacas sagradas del antiguo y nuevo periodismo español.


Por último, acabas de aterrizar en España tras vivir casi nueve años en París. Me interesan las diferencias estéticas pero también las sociológicas. ¿Has encontrado razones para la esperanza a tu vuelta, o no deja de ser –lo de aquí- un déjà vu que no presagia nada bueno?

Aunque viví seis meses allí bajo la etapa Chirac, justo después de las famosas elecciones que le enfrentaron a Le Pen padre en 2003, llegué a París en enero de 2009  (para quedarme lo que hiciera falta) en la época tranquila del fin del timo de Sarkozy. La ciudad de entonces no tenía mucho que ver con la que dejé hace casi exactamente un año. El nivel de cabreo y de tristeza ha aumentado bastante. Contrariamente a Pérez Reverte, pienso que nuestro famoso “atraso secular” nos ha preservado de mucho mal. Pero bueno, a la velocidad a la que queremos atrapar a Francia moriremos de progreso y “modelnidad”.
En cuanto a lo más frívolo de tu pregunta, el sentido de la estética allí es diferente. En los ambientes que se preocupan por ello, claro. El mejor análisis es el de mi mujer: en España no hay segundo ni tercer grado de interpretación. Hay pocos códigos y eso es un alivio. Aquí, lo que ves es lo que hay y se imposta mal. En general somos más exuberantes. Allí todo se escruta y todo se interpreta. Pienso que todo es más complicado y bastante menos natural de lo que parece. Eso sí, tienen mucho arte a la hora de ponerse unos vaqueros y una camiseta raída y salir a la terraza de la brasserie de abajo (si hace bueno) a fumar, beber tinto y dar sentido a temas de conversación completamente insoportables.    


En una ocasión, Isaac Asimov entrevistó a Minsky -padre de la inteligencia artificial- y le dijo que era una de las dos personas más inteligentes que él que había. No te voy a preguntar si hay alguien más elegante que tú, sólo voy a reiterar mi fe ciega en tu criterio. Mil gracias, amigo.

Gracias a ti, siempre.


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